domingo, 2 de octubre de 2011

Un curioso análisis tipográfico de un periódico oaxaqueño del siglo 19

El 26 de agosto pasado fui invitado a formar parte de los presentadores de la edición facsimilar del periódico que patrocinó Benito Juárez: El Constituyente.
Compartí el gusto con Saulo Chávez Alvarado y con Francisco José Ruiz Cervantes –Paco Pepe–, todo bajo la coordinación de Carlos Sánchez Silva. Ambos hicieron un espléndido ensayo introductorio que el lector de este blog puede consultar en el link con el que cierro esta introducción.

La amena reunión fue en el ex casino del teatro Macedonio Alcalá y contó con la presencia de mucho público, siendo el más interesado el formado por los primeros alumnos con que abrió la carrera de Humanidades en la UABJO.

Siendo editor y diseñador gráfico, decidí presentar el texto que a continuación anexo, que no es sino un curioso análisis histórico tipográfico de la estética y manufactura (diseño e impresión) de un periódico que se hizo en esta ciudad y circuló ampliamente entre sus ciudadanos, aquellos que sabían leer, por supuesto.

Sostengo en este breve ensayo algunas hipótesis que son especulación mía y que no necesariamente compartieron los demás ponentes. Así pues, sin más preámbulo, va mi texto. Para quien desee conocer lo que ya dije de este mismo libro, por favor cheque este link:

http://librosdeoaxaca.blogspot.com/2011/07/el-constituyente-el-periodico-y-el.html

Portada del libro presentado.



El evangelio modernizador 
según Juárez, Indelicato y Rincón.
“EL CONSTITUYENTE” (1856), 
UNA AVENTURA TIPOGRÁFICA A 4 MANOS.

Si alguna obsesión tuvo Juárez, aparte de la ley, fue el tiempo.

Muchas horas debieron haberse pasado discutiendo la apariencia del primer número de “El Constituyente, Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Oaxaca (1856)” los señores Benito Juárez, José Indelicato e Ignacio Rincón. Editor, Redactor-Director y Diseñador-Impresor, respectivamente. Ya me imagino cuántas más emplearon para redactarlo. El objetivo de estos comentarios es mostrar el papel que jugó el diseño gráfico y la revolución industrial inglesa del siglo 19* en la estética del periódico oaxaqueño cuya edición facsimilar hoy vuelve a circular en el mismo lugar donde nació

Como todos los hombres “modernos” de su tiempo, Juárez dependía del reloj. El reloj se convirtió en la obsesión de las sociedades industriales al desbordarse la revolución industrial en la Inglaterra de mediados del siglo 18. Las huellas de aquella obsesión queda en muchos pueblos de Oaxaca que en el siglo 19 elevaron relojes monumentales en el centro de sus plazas. Estar al día es un imperativo casi siempre. Adelantarse a las jugadas de los enemigos o adversarios políticos es de vida o muerte, políticamente hablando. La palabra modernidad puede tener su símil en la carátula de un reloj colocado en lo alto de una torre en el centro de la plaza principal. El concepto progreso está íntimamente asociado al segundero de todo reloj.

La portada de El Constituyente nos revela, desde el punto de vista del diseño tipográfico, el esmero puesto en la apariencia de un periódico de provincia publicado específicamente para “instruir al pueblo” (entre comillas) respecto a la nueva manera de pensar y organizarse para alcanzar su propia felicidad. No analizaré el concepto de la prensa del siglo 19 y sus contenidos, sino solamente sus formas y tecnología.

Desde luego Indelicato eligió el tipo de letra que en sí mismo equivalía a “modernidad”. Empleó una fuente tipográfica inventada por su paisano Gian Batista Bodoni. Las características de ella marcaron un parteaguas en el diseño gráfico de finales del siglo 18 en Europa. Es una letra conocida genéricamente como “romana” y “humanista” pues fue rescatada de las lápidas de la antigua sede de los Césares. Los primeros tipógrafos del Renacimiento la hallaron en los vestigios arqueológicos recién descubiertos y con ese estilo desarrollaron el alfabeto “humanista” que se contrapuso al de rasgos góticos que Juan Gutenberg había inventado, copiando el modo como los monjes trazaban sus letras manuscritas para dibujar libros.

El Renacimiento no solo dejó su escuela en la pintura, la escultura y la arquitectura, sino también en el diseño tipográfico. Los modelos clásicos, basados en el canon grecorromano de la belleza, que desenvuelve su esplendor ante nuestros sentidos mediante el empleo de la simetría, la proporción y el ritmo, fueron la pauta de quienes hicieron que la imprenta se convirtiera en el invento más trascendental de nuestra cultura occidental, según reveló una encuesta aplicada entre académicos e intelectuales al concluir el segundo milenio de nuestra era.

Los rasgos del alfabeto, tal cual lo conocemos y lo usamos, viene de esa época. Pero hubo diseñadores que se volaron la barda y uno de ellos fue Bodoni. Este hombre es el modernizador por excelencia de la letra impresa. Es el Henry Ford de la tipografía. Lo que hizo fue dejar atrás el mundo barroco y rococó de letras caligrafiadas que nunca terminaban de enroscarse, que volaban sobre el papel todo el tiempo, que saturaban las páginas llenándolas de rocallas, grabados, grutescos, espirales y curvas y volvió a hacer la letra invisible. Sí, invisible, pero ordenadamente legible. La letra nunca más tendría que verse volando cursimente sobre el papel porque la letra debía servir para leerse y entre mejor se leyera su objetivo estaría satisfecho. Su tipografía hizo que las palabras y los renglones adquirieran un constraste tan cómodo que el ojo no se distraería. Sus trazos, combinando líneas gruesas con delgadas, rectas con curvas, con suficiente espacio entre una y otra no sólo fueron aclamados como eficaces sino además como hermosos... Su éxito y popularidad invadieron Europa. Napoleón adoptó el nuevo estilo tipográfico de inmediato. La “N” que está en tantos monumentos tallados en piedra, tiene los rasgos que Bodoni supo crear recurriendo al canon: simetría, proporción y ritmo.

Para cuando rayaba el siglo 19, el estilo neoclásico ya había desterrado al barroco. Si éste era sentimental y abigarrado, el neoclásico proclamaba como suyo el imperio de la razón y el orden. A la pasión desbordada del barroco, el estilo moderno anteponía la limpia geometría y la austeridad. Por primera vez los espacios blancos en un pliego impreso tenían un rol protagónico dentro del modo de diseñar libros. En una superficie de papel deben dialogar las formas negras de los renglones con lo blanco del papel. La ornamentación, si la hay, debe ser geométrica, parca, mínima. Bodoni racionalizó el modo de presentar el mensaje y causó una revolución en la imprenta. Su trabajo fue tan bello que aun hoy su tipografía es sinónimo de elegancia y clase. Por eso es el estilo de letra que emplean marcas de lujo como la “L” y la “V” de Louis Vuitton, Hermenegildo Zegna y Cartier, por citar unos cuantos ejemplos.

Pero volvamos al siglo de Bodoni. Napoleón había decidido autocoronarse en Notre Dame, pero necesitaba la presencia del Papa para legitimarse mejor. El vicario de Cristo no dijo que no y se puso a pensar en qué le regalaría al nuevo dueño del mundo. Platicó con Bodoni, que era su impresor de cabecera. El tipógrafo le dijo que le regalara al soberbio César un libro más soberbio aún. La idea sonaba bien, pero ¿qué libro? Bodoni dijo: –Regalémosle un libro que contenga el Padre Nuestro en 150 lenguas del mundo. Si de imperios se trata, a ver quién impera en más idiomas. Así lo hicieron y como no existían fuentes tipográficas que expresaran en letra de molde docenas de dialectos, Bodoni se puso a diseñar sus letras, a fundirlas en plomo y a imprimir aquel “regalito griego” para quien sería uno de sus admiradores: el corzo Napoleón I. Allí está, no podría faltar, el Pater Noster en náhuatl...

La fama de Bodoni no pudo ser desconocida por el médico italiano Giussepe Indelicato. Tampoco las virtudes plásticas de su tipografía pues a través de ella viajaban contundentes la ideas más modernas, las más racionales, las verdaderamente revolucionarias o las más románticas, si se quiere. Por eso, con la colaboración del tipógrafo oaxaqueño Ignacio Rincón, decidió emplear el tipo de letra Bodoni en el entusiasta primer número de “El Constituyente”. Seguramente le pareció que la sonora frase escrita por él “Derrumbada en México la inicua dominación de las bayonetas; y vencido el monstruo, que”... etcétera, etcétera, se vería contundente si se imprimía en la contrastada y poderosa fuente tipográfica de Bodoni.

La apariencia de la portada del número 1 de “El Constituyente”, de fecha domingo 27 de abril de 1856, no parece la de un periódico, sino más bien tiene todo el estilo del volante que expresa un manifiesto político, una proclama que circulará de mano en mano y pegada también en los muros de cualquier esquina de la ciudad. Su director decidió emplear un tipo de letra muy grande, con la intención de que su legibilidad comunicara la fuerza de su contenido. Desde luego, estoy seguro que este primer ejemplar enganchó a medio mundo y que aquel medio día del apacible domingo en Oaxaca fue cubierto por el zumbido de sus lectores leyendo en voz alta una y otra vez: “Derrumbada en México la inicua dominación de las bayonetas; y vencido el monstruo que; despues de haber, por el espacio de veintiocho meses, faltando a todos sus compromisos, oprimido a sus compatriotas, insultado al buen sentido y expuesto la bastarda y ridícula magestad de la más feroz y estúpida tiranía a la befa universal”... etcétera, etcétera...

Por supuesto que ante este vocabulario, construido con frases que caen atropellándose en cascada una sobre otra, ya ni se requería de adornos tipográficos. Aquí es clara la visión estética neoclásica que ahuyenta las distracciones tipográficas, ninguna cosa curvada, ninguna garapiña barroca, sino un tipo de letra contrastado, expresivo y muy sólidamente moderno. El diseño gráfico templaba al incendiario y poco delicado exhorto de Indelicato.

La elección del tipo de letra que forman los caracteres de la cabeza de “El Constituyente”, incluida la extraña coma que le acompaña, tiene también una explicación. La letra es grande, vertical y definitiva. Sin embargo tiene los remates curvilíneos, lo que la hace de alguna manera incluyente, amable y ajena a las rispideces. En otro contexto, sería la letra ideal para anunciar las novedades del almacén “La Samaritana”, por ejemplo... El título “El Constituyente” aparece de esta forma estimulando el sentido progresivo del plan liberal que buscaba forjar de una vez por todas una nación homogénea constituida a partir del esfuerzo de “lo más selecto de sus hijos”... A diferencia de lo que postula Indelicato en sus escritos, su periódico no estaba escrito, diseñado ni impreso para la plebe, sino para los letrados de Oaxaca, sus líderes de opinión, sus gobernantes, militares, clérigos, académicos y burócratas. El populacho difícilmente apreciaría sus extensas citas en latín de la Suma Teológica de Santo Tomás, impresas en letra cursiva (otro diseño gráfico del Renacimiento), sin el beneficio de la traducción al castellano... por lo menos.

El siglo 19, la centuria del acero y del hierro fundidos, de las comunicaciones telegráficas y de los periódicos impresos en cantidades masivas nunca antes vistas, aportó los afanes de su tecnología a las necesidades de las imprentas. Prosperaron las empresas que se dedicaron a inventar tipos de letra novedosos y a reproducirlos con procedimientos mecanizados que abarataron su producción y permitieron su exportación hacia todos lados donde hubiera imprentas. Inglaterra llevó la batuta en este sentido.

El comercio y la ambición de ganar cada día más consumidores para los miles de productos que se estaban arrojando al mercado, hizo a los diseñadores tipográficos innovar en las formas de las letras pues contaban con la ventaja de que los modernos medios industriales podrían reproducir prácticamente cualquier forma. Así es que sin alejarse de las letras clásicas, inventaron otras que parecían huecas, o que parecían tener sombras proyectadas, o ser tridimensionales. Todo ello serviría para atraer lectores-consumidores. Las letras de “El Constituyente” son de ésas.

Aquí interviene otro de mis personajes favoritos: Ignacio Cumplido, tipógrafo y empresario que revolucionó las artes gráficas en el siglo 19 mexicano. Este tapatío, que había comenzado muy joven como aprendiz de imprenta, cubre el perfil del imprentero de entonces: tipógrafo, editor y librero. Fundó el conocido periódico “El Siglo Diez y Nueve” (1841-1896), que junto con “El Monitor Republicano” de Vicente A. Torres, fueron la combativa prensa liberal mexicana.

Al revés de Indelicato que partió de Europa para América, Cumplido viajó de México hacia Europa en varias ocasiones. No nada más porque todo romántico ilustrado tenía el deber de conocer París en persona, sino para acopiar los mayores adelantos tecnológicos en la impresión. Escribió en su revista Presente amistoso para las señoritas mexicanas la siguiente dedicatoria: “[Para] Las hijas de América que vieron la primera luz bajo el hermoso y apacible cielo mexicano. Ello cuando los varones solo tienen una certeza: las desventuras de nuestro infortunado país, pero al que ha llegado la modernidad: la imprenta para el cultivo de [su] espíritu”. Era 1847 y mientras los gringos izaban su bandera en Palacio Nacional, él escribe cómo visitó París, Roma, Viena y Londres, entonces la capital pujante de la revolución industrial y vanguardia de la fabricación de maquinaria y accesorios para imprenta. También viajó a Estados Unidos, a las grandes ferias universales que se hacían para comprar equipos gráficos, que luego puso al servicio de su clientela en todo el país.


Una de estas facetas nos viene al caso: su papel como “dealer” o importador de tipos de letra a México. Las letras con que se imprimió “El Constituyente” en esta ciudad, en 1856, le fueron compradas a Ignacio Cumplido. Ya las identifiqué en el catálogo que el mismo Cumplido imprimió para ofertarlas. Aparecen en las páginas que reprodujo facsimilarmente el Instituto Mora en “Establecimiento tipográfico de Ignacio Cumplido. Libro de muestras” (México, 2001). Se llaman en este catálogo “Breviario” la de la cabeza de El Constituyente y los tipos “Nonpareil”, “Glosilla”, “Lectura” y “Atanasia”.

No sé si existan archivos de la ya desaparecida imprenta de Ignacio Rincón donde aparezcan las facturas de sus compras, me parece que la evidencia es clara. Incluso doy un paso más allá. Las páginas de “El Constituyente” mantienen una buena calidad y uniformidad de impresión que muestran que los tipos usados eran nuevos. No resulta descabellado para mí que Juárez, siendo gobernador, teniendo recursos a la mano y ansioso por publicar el combativo periódico que había soñado, hubiera escuchado decir a Indelicato que en Oaxaca no se contaba con los medios idóneos para el proyecto periodístico cumbre del liberalismo yorkino y que en todo caso habría que proveerse primero de ellos. Eso habría hecho que él mismo o el impresor Rincón se trasladaran a la ciudad de México, al número 2 de la Calle de los Rebeldes, donde estaba la empresa de Cumplido, a comprar las fuentes tipográficas con que se imprimiría en Oaxaca “El Constituyente”. Otros talleres de Oaxaca dejaron huella también de haberse surtido del catálogo de viñetas y ornamentos de Cumplido.

Recurrí al Maestro impresor Gabriel Quintas Castellanos, fundador de Linotipográfica Quintas, para atar mejor mis cabos. “El Constituyente”, que aparecía los jueves y los domingos, debió haber sido un esfuerzo mayúsculo para Indelicato y para Rincón. Hice el cálculo de contar las letras de un ejemplar y luego de otro y así obtuve un promedio de 34 mil caracteres por edición. Eso equivale en nuestros días a escribir 12 cuartillas a renglón y medio en Word, a 12 puntos. Hasta aquí no parecería excesivo, pero tomemos en cuenta que cada palabra que aparece en este periódico fue hecha colocando letra por letra, una por una y que su tamaño es tan minúsculo como el equivalente a colocar una tachuelita tras otra, en línea recta, hasta formar un renglón y enseguida un párrafo y así hasta rellenar cuatro páginas que miden lo mismo que la edición facsimilar que hoy presentamos.

El Maestro Quintas me mostró tipos de letra antiguos que posee que tienen grabada su marca “Central Foundry” . Charlamos del esfuerzo que significaba no ya redactar los textos, sino imprimirlos en la imprenta. Con la ayuda del joven Quintas, calculamos que un operario diestro emplearía por cada renglón 55 segundos, entonces un obrero emplearía 8 horas, sin parar, solamente en formar los textos. Faltaría agregar el tiempo de correcciones, revisiones y lo que es propiamente imprimir el papel.

¿Qué máquina usaron? Candiani dice que en 1827 “vino al Gobierno la primera imprenta”... Seguramente se refiere a la imprenta fundida en fierro de la clase “Stanhope”, inglesa. Hay una máquina de estas en el patio del IAGO. Se movía enteramente a mano. Lo único mecánico era la aplicación de presión entre las letras y el papel, pero colocar éste, entintar las letras, retirar el pliego impreso, todo eso requería brazos entrenados y consumía tiempo. ¿Cuántos ejemplares imprimía “El Constituyente”?

Sostiene Quintas que debió haberse impreso por partes, primero una página, enseguida otra, luego se doblaba el papel y se hacía una página y enseguida la otra. Indelicato no conoció la palabra “síntesis”, pues hay páginas que contienen la increible cantidad de ¡12,100 letras!... Llevó al límite las capacidades de la imprenta en Oaxaca, Rincón y él debieron haber reñido con frecuencia por la falta de espacio y de letras, por eso es muy frecuente el uso de letra de 9 puntos, es decir, de 2.5 milímetros de alto para que cupiera todo lo redactado por el señor Director... Habría necesidad de editar, cortar texto, modificarlo sobre la marcha, como se hacía un periódico, para cerrar la edición al gusto de Indelicato. La totalidad de letras de plomo que conformaron cada página debió haber pesado unos 70 kilos, calculó el Maestro Gabriel Quintas... Además el papel seguramente no abundaba. Habría que traerlo en recuas desde México o Puebla. Son escasos los ejemplares donde empleó Rincón papel que mantiene su “marca de agua”, escrita en inglés. El origen del papel era americano o británico, pero tomemos en cuenta que también la revolución industrial había hecho posible su fabricación industrial apenas al inicio de 1820. Por esa razón los periódicos eran, invariablemente, de 4 páginas unicamente. ¿La tinta? Esa sí pudo haber sido de manufactura artesanal. Los hornos de las panaderías de El Marquesado pudieron haber ofrecido materia prima de sobra con su oloroso ollín.

Ya hablé antes de la obsesión por el reloj, por la productividad y por la búsqueda de la satisfacción del consumidor, fruto todo de la revolución industrial que tanto sedujo a los intelectuales del siglo 19. El médico José Indelicato, además, era el hombre orquesta de “El Constituyente”. Debió haber acabado exhausto, pues hacer el periódico significaba horas y horas de redacción, composición, revisión, tiraje y circulación. Quizás eso hizo que tirara la toalla el domingo 28 de septiembre de 1856... No olvidemos que era médico y que sabría distinguir cuando el estrés lo pusiera al borde del colapso. Además, supongo que el verdadero director del Periódico, es decir don Benito Juárez, lo traía tronándole los dedos, como suelen seguir haciendo algunos clientes con sus impresores. De esta manera terminó una gran aventura: la del fogoso intelectual y el templado impresor, el políglota europeo de la mano con el tipógrafo zapoteca, la inglesa tecnología de punta al servicio de los anhelos de un indio letrado, el país sin rumbo y el discurso liberal que jaloneaba a sus lectores hacia la tolerancia, la libertad, la igualdad y la fraternidad... pero no en los boulevares de París, sino en las angostas calles de la ciudad de Oaxaca.

Gracias
Claudio Sánchez Islas.
26 de agosto del 2011.
*Tengo el hábito de escribir el numeral de los siglos en arábigos y no romanos. Me perdonará el lector...

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