sábado, 26 de noviembre de 2011

LA GUERRA DE INDEPENDENCIA EN OAXACA. NUEVAS PERSPECTIVAS

Un día soleado como el de este noviembre, pero de 1812, el rollizo e inteligente Presbítero y Capitán General José María Morelos y Pavón, se levantó muy temprano a tomarse una taza de chocolate con pan resobado de El Marquesado... Mirando la gran plaza que hoy es el zócalo de Oaxaca, donde pernoctó su tropa, debió haber meditado entre trago y bocado, la primera gran victoria que los Insurgentes obtuvieron en el Sur humillando a la Corona española. Morelos les había arrebatado algo así como medio Pemex: la eficasísima máquina novohispana de hacer dinero aceitada por la exportación de la grana cochinilla hacia Europa. Quizás el ejército de malcomidos y mal adiestrados revolucionarios lo que buscaba era hacerse de fondos para sostener la causa y Oaxaca era sitio indicado debido al gran flujo de efectivo que significaba la exportación monopolizada de ese colorante con que se teñían los mantos de las casas reales europeas, incluyendo las casacas del ejército napoleónico.

Pero no se trata aquí de exponer mis opiniones sino de celebrar bibliográficamente la aparición de un excelente libro cuya portada es la siguiente:


Como podrá apreciar el lector, se trata de otro acierto más de nuestra Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, a través de la iniciativa del Director de su Instituto de Investigaciones en Humanidades (IIHUABJO), el historiador Carlos Sánchez Silva.

Este libro de formato 15.5x23 cm, de 240 páginas, está a la venta ya en la misma sede del IIHUABJO, en Av. Independencia 901, y tiene de interesante al menos dos cosas:

a)Su oportuna aparición, pues a partir de ahora inician de esta manera editorial los festejos universitarios por el Bicentenario de la Toma de Oaxaca por Morelos, y
b)La puesta al servicio del lector de NUEVAS PERSPECTIVAS sobre el particular.

Se sabe que en Oaxaca hay dos modos de observar a la Historia, una es como lo exige el mito y la tradición, más conocida como la "historia oficial", que es útil en tanto soporte el manoseo de los gobernantes en turno; ...y el otro modo es como la moderna historiografía lo exige: volviendo a leer lo que ya se conoce, volviendo a observar los detalles, volviendo a atar cabos, volviendo a plantearse hipótesis y volviendo a asombrarse con lo que se descubre, aunque desbanque mitos y leyendas ya arraigadas. Este libro va en este sentido.

Por si eso no fuera suficiente, la nómina de historiadores de distintas Universidades y nacionalidades le revelará al lector el calibre de este libro que echa por tierra, de manera definitiva, muchos mitos escolares y "tesis grandilocuentes" de la aburrida retórica de nuestros políticos locales. 

Pasemos al índice del libro, que es el siguiente, sólo a manera de aperitivo intelectual:


ÍNDICE

INTRODUCCIÓN
La Guerra de Independencia en Oaxaca
Nuevas perspectivas ~9
Carlos Sánchez Silva

La experiencia insurgente de Oaxaca ~17
Ana Carolina Ibarra

La Iglesia de Oaxaca en tiempo de la Independencia:
El obispo Bergosa y Jordán
~39
Manuel Esparza

Los cabildos civil y eclesiástico de la ciudad de Oaxaca
ante la invasión insurgente, 1812~1814
~63
Carlos Sánchez Silva

Cambio político y cultura constitucional
en Oaxaca, 1814~1822 ~83
Silke Hensel

Los pueblos mixtecos en la Guerra de Independencia ~103
Francisco López Bárcenas

Los efectos de la insurgencia sobre la propiedad
en la Mixteca ~125
Margarita Menegus Bornemann

Las fortificaciones de Yanhuitlán
durante la Guerra de Independencia ~137
Alejandra González Leyva

El impacto de la constitución gaditana
en los pueblos chocholtecos de Oaxaca
~149
J. Edgar Mendoza García

Problemas generales y coyunturas internas:
Una visión del sexenio absolutista desde Villa Alta (Oaxaca) ~171
Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell

Actores sociales en el proceso de independencia
en la región de Tehuantepec, Oaxaca ~197
Laura Olivia Machuca Gallegos

Fuentes utilizadas ~227

Nadie mejor que Carlos Sánchez Silva para explicar los orígenes, intenciones y alcances de esta edición, por lo que enseguida reproducimos su Presentación. Por favor preste atención el lector al epígrafe que utilizó..., pero antes una foto clásica debida a la cámara del viajero y fotógrafo alemán Teobert Maler...



Herr Maler subió con su pesada cámara de cajón a la torre sur de nuestra catedral, niveló su tripie y fabricó su placa, seguramente de albúmina, la colocó en el chasís del respaldo y debió haberla expuesto por varios segundos. El resultado es esta toma del zócalo de Oaxaca que conoció Morelos...

Al fondo, se mira el palacio de gobierno y a la derecha la imponente mole pétrea del Colegio de los Jesuitas y el templo de la Compañía –ideólogos del movimiento pro independencia– y justo enfrente de él, los portales en dos plantas que fueron la casa del Generalísimo durante unas cuantas semanas. Esta foto de Herr Teobert es de 1867, es decir, varias décadas después de la guerra de Independencia. Llaman la atención los laureles sembrados, uno de ellos frente a lo que hoy es el Bar Jardín y que recientemente "se cayó" como consecuencia de la cursilería de Ulises Ruiz y su piara de cortesanos, como un pseudo virrey de apellido Melcozha o algo así, ya casi lo olvidé...

 Otro arbolito que apenas despunta es el que aparece en primer plano, ligeramente hacia la derecha. Se trata del que actualmente da sombra a las escoletas dominicales y serenatas de la Banda de Música del Estado. Bella foto histórica la reproducimos porque también se usó en la edición, aunque como elemento del diseño. Pertenece a la fototeca de la Casa de la Ciudad, junto con otras más del mismo autor, todas muy emblemáticas del Oaxaca decimonónico.

Y ahora dejemos este espacio para el texto de Sánchez Silva.



La Guerra de Independencia en Oaxaca
Nuevas perspectivas


Carlos Sánchez Silva
Instituto de Investigaciones en Humanidades de la UABJO


Por primera vez los oaxaqueños,
después de largos siglos de paz,
iban a experimentar los azares de la guerra.

José Antonio Gay, Historia de Oaxaca.


Todo indica que entre más tiempo pasa de las fechas claves, 1810-1821 y 1910-1920, en la constitución de nuestro país como nación “libre e independiente”, el interés público y privado va disminuyendo de manera considerable. La evidencia más cercana la experimentamos el pasado año de 2010, cuando se conmemoró de una manera bastante gris y deslucida, por decir lo menos, los centenarios del inicio de la Guerra de Independencia y de la Revolución Mexicana. Como contraejemplo, baste comparar los eventos que el gobierno del general don Porfirio Díaz realizó en 1910 para homenajear las llamadas “fiestas del centenario” y se corroborará mi afirmación. Con un espectáculo de “circo y luces”, que nada tiene que ver con una realidad lacerante de un país cada vez más empobrecido y que se está cayendo en pedazos, tanto a nivel nacional como local, poco hay que destacar y, mucho menos, recordar con motivo de las conmemoraciones del 2010 de las fechas príncipes del calendario cívico mexicano.
Afortunadamente, y ante el desinterés casi generalizado de las instituciones gubernamentales, la academia, gracias a la unión de esfuerzos comunes, se encuentra realizando una serie de trabajos para reflexionar sobre la importancia de los centenarios en la conformación del México de hoy. Muestra de ello es esta Colección 2010, que bajo la batuta de la Universidad Autónoma Metropolitana y la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, diversas instituciones del país venimos llevando a cabo desde el 2008.
La premisa de la cual parte la citada Colección 2010 es que este año debe servir de momento de arranque para una profunda reflexión sobre el pasado, presente y futuro de nuestro país. Así, mientras “oficialmente” los centenarios ya se terminaron el 31 de diciembre de 2010, para la academia los resultados apenas comienzan. Máxime si se toma en cuenta que la historia de un país se construye con diferentes tiempos y ritmos locales, desfases que le dan identidad y singularidad a las diferentes partes que conforman la República Mexicana. En suma, que mientras para unos celebrar los centenarios de 1810 o 1910 fue clave, para otros no. Tal es el caso de Oaxaca en ambas fechas.

El caso de la Guerra de Independencia en Oaxaca

Hasta fechas recientes la historiografía, con contadas excepciones, había soslayado la participación de la Intendencia de Oaxaca dentro de la Guerra de Independencia. El hecho más memorable es que Morelos y sus huestes insurgentes habían tomado la ciudad de Oaxaca y gobernado sus destinos entre fines de 1812 y principios de 1814, pero fuera de ello, se suponía que esta Intendencia tuvo poco que ver con un proceso que se manifestó principalmente en el centro y centro-occidente del virreinato novohispano. Los diez ensayos que se incluyen en este libro dan un panorama mucho más complejo de lo que fue la Guerra de Independencia en diferentes ámbitos de la accidentada geografía oaxaqueña.
El libro abre con el trabajo de Ana Carolina Ibarra, titulado “La experiencia insurgente en Oaxaca”, el cual resume lo que significó este movimiento desde 1808 no sólo para los oaxaqueños de la época sino lo que la experiencia del gobierno insurgente en esta Intendencia aportó a la misma Guerra de Independencia. En sus propias palabras:

Todavía hay mucho que seguir indagando para valorar la importancia y el aporte oaxaqueño para el proyecto insurgente. Indudablemente, fueron casi quince meses de una experiencia extraordinariamente singular en el contexto de la guerra. La ciudad de la grana cochinilla no sólo ofreció la posibilidad de convertir las granas en fusiles, como alguna vez lo soñó Morelos, sino de crear un gobierno americano a partir de las corporaciones instituidas, de impulsar la opinión pública en ciernes y de dotar a la insurgencia de una base de legitimidad en un momento crítico.

Manuel Esparza, por su parte, discurre en su ensayo sobre el papel de la iglesia y lo ejemplifica con el comportamiento del obispo Antonio Bergosa y Jordán. Esparza lo sigue paso a paso desde su arribo a Oaxaca y echa por tierra la idea que algunos autores han querido construir de él como ejemplo de caridad cristiana. Después de su minucioso análisis, donde vemos a Bergosa y Jordán ser un fiel servidor del Rey, aliado del virrey Félix María Calleja, victimario “espiritual” de Hidalgo y Morelos, el autor concluye sobre este polémico personaje:

[Bergosa y Jordán es] otro ejemplo más de un obispo regalista, con una concepción medieval del honor personal, nada cristiana; honor al que hay que apuntalar con precedencias públicas, con rentas dignas de su investidura, con sedes episcopales acordes a su ilustre carrera, con renuncias a puestos inferiores así dejara en la orfandad a los que él voluntariamente aceptó para ser guía [léase los indios de Oaxaca] en sus necesidades espirituales.

El artículo de mi autoría, titulado “Los cabildos civil y eclesiástico de la ciudad de Oaxaca ante la invasión insurgente, 1812-1814”, va entretejiendo el comportamiento contradictorio de estas instituciones en el periodo que arranca con la crisis imperial de 1808 y termina en 1814 con la reconquista realista por conducto del brigadier Melchor Álvarez Thomas. El autor concluye que:

el periodo 1808-1814 fue decisivo para que, por un lado, las fuerzas insurgentes definieran su lucha por la “independencia absoluta” de la “Madre Patria” y, por el otro, la élite tradicional oaxaqueña tomara cartas en el asunto y se preparara con la finalidad de que una vez lograda la independencia de España, retomaran los hilos del poder y siguiera controlando de una manera “revestida” los destinos de la antigua intendencia de Oaxaca, ahora convertido en el flamante “Estado Libre y Soberano de Oaxaca”.

Bajo el nombre de “Cambio político y cultura constitucional en Oaxaca, 1814-1822”, Silke Hensel analiza el impacto que la “modernidad política” y la “cultura constitucional” trajo para los oaxaqueños en la transición del Antiguo Régimen al México republicano. Lejos de concluir que fue absoluto, la autora desmenuza los componentes “simbólicos” y “reales” del cambio y las permanencias en este periodo. Lo relevante del texto de la doctora Hensel es que más allá de la dimensión normativa, ella incorpora a su análisis el orden simbólico en la realidad oaxaqueña. Con la precisión de que: “Las constituciones sólo pueden cumplir su función principal –a saber: la legitimación e integración de la entidad política y sus instituciones– si sus reglas normativas y el sentido central de su contenido son aceptados y practicados en la realidad social; es decir, si se lleva a cabo un diálogo entre gobernantes y ciudadanos sobre los valores fundamentales y los patrones de conducta”. Enfoque que le permite concluir que el impacto de la Constitución de Cádiz en tierras oaxaqueñas, derivado de sus formas de gobierno indígena, fue más variado de lo que distintos académicos han considerado.1

El libro prosigue con el análisis del impacto de la guerra de Independencia en una de las zonas más activas durante el periodo 1810-1821: la Mixteca oaxaqueña, por conducto de cuatro trabajos que nos muestran diversas facetas de esta revolución. Abre esta sección el ensayo de Francisco López Bárcenas, cuyo cometido central es realizar un largo recuento sobre la participación indígena en la Mixteca en este movimiento social durante el periodo que va desde los inicios en 1811 hasta la consumación en 1821. Este trabajo sirve de telón de fondo para que Margarita Menegus ponga énfasis en los efectos del movimiento insurgente sobre la propiedad tradicional en la Mixteca Baja y el papel desafortunado en este largo proceso de los terrazgueros. Con una serie de casos, la autora concluye que “…debemos tomar con pinzas las proclamas de los insurgentes, ya que fueron apropiadas por los pueblos a su conveniencia, pero como vemos con estos ejemplos, frecuentemente fueron revocados los derechos que se abrogaron los pueblos durante los años de la insurgencia. Terminada la contienda los derechos de los caciques a sus tierras fueron restituidos en la gran mayoría de los casos”. Lo que a largo plazo significó para la Mixteca Baja, a contracorriente de lo que ha sostenido otros autores para otras regiones de Oaxaca, la constitución a fines del siglo XIX de “… una burguesía local que se hizo de las tierras de los antiguos cacicazgos y de las tierras que intentaron comprar los terrazgueros”.


El trabajo de Alejandra González Leyva es un recuento minucioso del origen del Convento de Yanhuitlán y cómo la misma Guerra de Independencia incidió tanto en su uso como en los cambios que sus ocupantes, ya fueran realistas o insurgentes, le imprimieron a la edificación original. Al final, la autora muestra que inclusive hasta los momentos previos a la consumación de la independencia en 1821, este recinto fue teatro de ocupaciones y alteraciones. Hoy día:

En el conjunto conventual de Yanhuitlán, las improntas de los espacios usados durante la guerra de Independencia fueron borradas por otras guerras, por el tiempo, por los arreglos que mandaron a hacer los funcionarios porfirianos y por los procesos de conservación de los siglos XX y XXI. De la fortificación realista de San Fernando tampoco queda nada, sólo quizá el formato de la planta del atrio rehecho en 1882.2

Cierra esta sección el trabajo de Edgar Mendoza sobre el impacto del constitucionalismo gaditano sobre los pueblos chocholtecos. El trabajo del doctor Mendoza es un fino análisis sobre la influencia que la constitución de Cádiz tuvo sobre el sistema de gobierno municipal y sus contribuciones en la división política y administrativa de la entidad, con especial énfasis en la organización política de los pueblos chocholtecos y su incidencia en el México republicano. Al final, una de las contribuciones centrales de este trabajo es poner claridad sobre el verdadero impacto gaditano sobre los pueblos de indios: “A mi juicio, la constitución gaditana de 1812 no fue el factor decisivo en la organización de la modernidad política sobre el gobierno local de los pueblos. Por el contrario, en el caso de Oaxaca y quizá de otras entidades como el Estado de México, la constitución de Cádiz tuvo un éxito relativo porque previamente existía una organización política y económica; la república de indios del periodo colonial”. Para rematar su argumentación con una propuesta de largo plazo que explica que el proceso de fragmentación político-administrativa en Oaxaca se puede rastrear en las composiciones de tierras que llevaron a cabo las cabeceras y sus sujetos desde fines del siglo XVII hasta mediados del siglo XVIII. “Dicho de otro modo, no fue la constitución gaditana la que llevó a la revolución territorial, pues en Oaxaca, fue la constitución estatal de 1825 la que coadyuvó a la fragmentación de cabeceras y sujetos”.
De la zona mixteca y chocholteca, nuestro viaje continúa en la Sierra Norte, con el trabajo de Luis Alberto Arrioja, titulado “Problemas generales y coyunturas internas: Una visión del sexenio absolutista desde Villa Alta (Oaxaca)”, que como su mismo título lo indica es un primer esfuerzo metodológico por relacionar “…si las coyunturas particulares tienen una resonancia amplia o si los problemas generales poseen repercusiones individuales que lleguen a ser trascendentes”. Al final, ¿cuál es el aporte central del trabajo de Arrioja? Que el retorno absolutista en 1814 no fue suficiente para restituir el Antiguo Régimen en los dominios españoles y que en esta imposibilidad de restaurar el pasado tuvieron que ver tanto las políticas imperiales como las coyunturas por las que atravesaban los pueblos de Villa Alta. El resultado de todo ello incidió directamente sobre los pueblos de indios: respaldo de algunos pueblos a la lucha insurgente con el objeto de reivindicar viejas rencillas con la cabecera de San Ildefonso de Villa Alta y el asedio permanente a estos pueblos; agravación de la crisis textil como efecto de las mismas movilizaciones armadas; reacción de los pueblos ante las medidas absolutistas: restauración y extensión de impuestos, y el restablecimiento del repartimiento forzoso de mercancías y, finalmente, en el ámbito político, se vislumbran fuertes disputas internas que provocaron, en algunos casos, que la nobleza fuera relegada de su poder tradicional y, en otros, el ascenso de los macehuales al poder político de sus pueblos.

Nuestro recorrido termina en el Istmo de Tehuantepec con el trabajo de Laura Machuca sobre la activa participación de diversos actores sociales en la Guerra de Independencia en esta región oaxaqueña. De entrada, la autora nos precisa que a diferencia de otras zonas novohispanas, en su área de estudio estuvieron involucrados tanto los miembros de la élite y las clases medias, así como los más diversos estratos sociales y étnicos. Acorde con este enfoque, la autora con lujo de detalles pasa revista al comportamiento político militar de esta variada gama de actores de “carne y hueso” en esta gesta revolucionaria: jefes realistas, indios y mestizos insurgentes, mulatos y negros insurgentes, curas insurgentes, criollos insurgentes, autoridades virreinales insurgentes. Sin embargo, la doctora Machuca no se queda en proporcionarnos un catálogo de sus personajes sino que explica las razones sociales, políticas y étnicas que cada uno de estos grupos de actores sociales tuvo para luchar por una u otra causa durante la Guerra de Independencia en el Istmo de Tehuantepec.

Finalmente, quisiera agradecer a este grupo de académicos que desinteresadamente colaboraron en este libro colectivo. Al final del camino, será el asiduo lector quien valorará si el esfuerzo despejó sus inquietudes sobre la “verdadera” participación de la Intendencia de Oaxaca en la Guerra de Independencia.

1 Al respecto, consúltese Carlos Sánchez Silva “‘No todo empezó en Cádiz’: simbiosis política en Oaxaca entre Colonia y República” en Signos Históricos # 19, México, enero-junio de 2008, “Viejas y nuevas prácticas políticas en Oaxaca: del constitucionalismo gaditano al México republicano” en Silke Hensel (coord.), Constitución, poder y representación. Dimensiones simbólicas del cambio político en la época de la independencia mexicana, Frankfurt/Madrid, Iberoamericana-Vervuert-Bonilla Artigas, 2011, y Hensel, “¿Cambios políticos mediante nuevos procedimientos? Las elecciones en Oaxaca en la época de la Independencia” en Signos Históricos # 20, México, julio-diciembre de 2009.

2 De los diez trabajos que componen este libro colectivo, éste es el único que había aparecido publicado anteriormente en Alejandra González Leyva (coord.), El convento de Yanhuitlán y sus capillas de visita. Construcción y arte en el país de las nubes, México, Facultad de Filosofía y Letras, Dirección General de Asuntos del Personal Académico, UNAM, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2009, pp. 205-213. Se vuelve a publicar este texto debido a la importancia que reviste para la Guerra de Independencia en Yanhuitlán.

EL INDIO MIXTECO QUE CONOCIÓ A MORELOS

Como verán, el libro resulta indispensable para entender el Oaxaca de hoy y por extensión el país que pretendieron diseñar nuestros ancestros.

Para cerrar agregaremos la foto de Morelos que se "atribuye a un indio mixteco" –equivale a decir "anónimo"– y se supone la pintó tomando directamente del natural, es decir, haciéndolo posar, al mismísimo Siervo de la Nación mientras estuvo en Oaxaca.



Tratemos de ver más de cerca a nuestro Libertador. El artista –el conocido apenas como "indio mixteco"– pudo haber sido un hombre que simpatizó con la Causa y tenía conocimientos del retrato académico del Hombre de Poder, ya que usó todas su habilidades para presentarnos a este caudillo como lo que realmente aspiraba a ser don José María. No sería extraño que él mismo hubiera promovido la factura de este retrato. Peter Guardino, de quien ya hemos hablado antes en este blog a causa de su libro "El tiempo de la libertad. La cultura política popular en Oaxaca 1750-1850", da razón de un censo de pintores que trabajaban en esta ciudad de Oaxaca en esa época y menciona que había al menos 35... Muchos de ellos debieron haber pintado obispos, santos, santas y otras imágenes del gusto popular que tenían demanda.

Pero volviendo a los "contenidos políticos" del retrato de Morelos hay que mencionar que el uniforme que porta es de Capitán General, el mismo que usaban en España y en la Nueva España, ostentando el color rojo que le asocia al César. Toda su ornamentación es de oro, pues se trata de un general victorioso. Le adornan, siempre en oro, un collar del que pende una cruz de gran tamaño, sin embargo no es una condecoración por méritos en campaña, aunque así parezca ser a primera vista. En el retrato cortesano de los reyes españoles esta cadena sostenía al "toisón de oro" (una zalea de cordero), ese emblema hasta hoy limitado a los de verdadera sangre azul que suelen seguirse entregando unos a otros... El actual rey español Juan Carlos, la porta en ocasiones de gran pompa... Morelos quita ese símbolo de la pureza de sangre y hace que el pintor coloque allí una gran cruz de oro y piedras preciosas, brillantes o rubíes al parecer, que recuerda a la que portan los obispos. En lugar de la zalea del cordero de los Austrias y Hasburgos, Morelos porta en el pecho el símbolo del rey de reyes: Cristo... Parece ser que al "indio mixteco" no se le escapó ningún detalle a la hora de "honrar" al religioso y militar que tenía enfrente.

Una banda cruza su pecho y desciende hasta la gran empuñadura de su espada, la cual no es posible ver con claridad ya que la oculta su tocado militar, aunque se adivina una imagen de un sol de oro en ella. El bicornio militar, también rematado en oro, ya es más francés que español y le timbra una escarapela exquisita, tocada con plumas. Es el tocado clásico del combatiente popular heredero de la Revolución francesa... Lo que llama su atención son sus colores: azul celeste y blanco, es decir, los colores de la Virgen María... En sus Sentimientos de la Nación, Morelos impone su credo y devoción marianas.




Este mismo código de color caracteriza unas guirnaldas que ondean –victoriosas– por encima de la cabeza de nuestro retratado, enfatizando que se halla bajo la protección nada más y nada menos que de la Purísima Concepción, la Madre de Cristo, en su advocación más mexicana: la Virgen de Guadalupe... así es que el esbozo de un escudo nacional –recuérdese que la Bandera nacional tal como hoy la conocemos aún no existía– ocupa el lugar central mostrándonos ya al águila parada sobre un nopal, luchando por devorarse a una escuálida serpiente.
Le rodean a este proto-escudo nacional las rocallas clásica del barroco, y le guardan a los costados 4 banderas rendidas: una blanca y otra azul con blanco a la izquierda y otra roja y una negra (quizás verde muy oscuro) a la derecha.



Las altísimas solapas que cubren casi hasta la mitad de la oreja del patriota, quizás revelen que el uniforme es más fruto de la imaginación del artista que una casaca real de Jefe Supremo de los Ejércitos... Sin embargo forman un marco que enfatiza un rostro poderoso y decidido, aún preocupado, si nos fijamos en el ceño fruncido. Nariz poderosa, mentón duro, cejas pobladas y ojos grandes que se posan en el observador, más una tez definitivamente morena, de mestizo, acentúan las facciones de un caudillo político y militar que posa como una figura regia, de tres cuartos, soberana, que tiene conciencia  clara de la necesidad de que se realice un cambio de orden social a fondo. Así pues, el "indio mixteco" pudo entender el carácter del michoacano mientras posaba para él y atendía los asuntos del nuevo estado mexicano que estaba naciendo en el fragor de la lucha armada. Lo que materializó de Morelos el "artista" fue su figura de "auctoritas", a la que el paño oscuro que envuelve su cabeza le da un aura misionera. En absoluto vemos a un hombre dubitativo o demasiado cauteloso, sino a alguien joven y lleno de vigor entregado a la causa. Es el ideal del retrato del hombre de poder, por supuesto, pero para que haya sido pintado por alguien a quien se le ha minimizado como "indio mixteco", una vista más cautelosa resulta intrigante y amena. 

Para acenturar lo que los historiadores del arte llaman su "potestas" –potestad– es decir su poder dentro de un mundo temporal, terrenal, el "indio mixteco" hace que Morelos tome con decidido gesto de la mano derecha, la del poder, el bastón de mando ornamentado de oro sobre cedro. Junto con la Cruz, símbolo de un reino eterno, que no es de este mundo, aparece el puño de Morelos con el símbolo del poder temporal, de este mundo, a la altura de su corazón. Este retrato, dentro de toda su aparente "ingenuidad", resulta así todo un discurso político, una proclama ideológica que merece un pebetero de oro, un sostén de la llama perpetua del deber y el homenaje. Este pebetero aparece colgado justo debajo del escudo con el águila parada sobre el nopal...

Sugiere Carlos Sánchez Silva que este retrato se traiga a Oaxaca y se exhiba aquí, como pieza central del homenaje que le debemos a tan ilustre mártir de la Independencia Nacional. Existen otros dos retratos en el cabildo de Oaxaca, el primero que Morelos declaró independiente. Uno de ellos de perfil, que adorna el respaldo de la "silla de Morelos", su "trono" en la Ciudad de Oaxaca, aunque se hizo varios años después de que el Generalísimo tomara por las armas la ciudad de Oaxaca, un 25 de noviembre de 1812. De la misma forma, otros retratos que se conocen de él fueron pintados décadas después de que hubiera sido fusilado. Quizás el más famoso –y popular– sea el que lo muestra de pie, muy heroico, que lo mandó hacer Maximiliano de Hasburgo durante su breve Imperio. Es el "clásico" que adorna los salones de clases.

Este retrato al óleo pertenece al Museo Nacional de Historia y puede verse en el antiguo Castillo de Chapultepec. Pertenece al INAH.

En la coedición que coordinó el director del IIHUABJO aparecen estos logotipos:UABJO, UNAM, IPN, UAM, BUAP, CIESAS, Universidad y El Colegio de Sonora; Secretaría de Cultura y El Colegio de Michoacán; El Colegio de Chihuahua, El Colegio de San Luis, El Colegio de Jalisco, Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, SHCP, UAM-Aztcapotzalco.






 

1 comentario: