domingo, 1 de septiembre de 2013

LA "D" DE LAS 15 LETRAS o EL OAXACA DE LOS 1930s

Llegó la letra "D" a la multicelebrada colección bibliográfica LAS QUINCE LETRAS, del instituto de Investigaciones en Humanidades, perteneciente a la UABJO.

Se trata de esa joya de bibliómanos que escribió y publicó en la "Editorial Cvltvra" (sí, con "v" de vaca en lugar de "u") don Manuel Toussaint. Todo mundo conoce esta perla, pero veamos cómo quedó su portada dentro de la Colección:


La edición original es un libro miniatura. Para hacer esta nueva edición del clásico hicimos dos aportaciones. La primera fue incluir en la portada el nombre del grabador: Francisco Diaz de León. Me parece que por primera vez se hace esta justicia bibliográfica, pues siempre el crédito entero se lo llevó don Manuel y su crónica literaria fruto de sus paseos por la ciudad hace casi un siglo. Sin embargo lo que complementa el encanto de esta joyita han sido siempre las ilustraciones, unos grabados en madera de formato muy pequeño, impresos con tinta ocre y encima tinta negra.
Dichas ilustraciones le ahorraron a don Manuel muchas páginas porque ellas logran crear una atmósfera realmente provinciana, novohispana e indígena de lo que fue nuestra ciudad. Francisco Díaz de León fue un grabador que participó en muchas publicaciones que exaltaban la revolución mexicana y sus anhelos de redención al campesino y al obrero. Díaz de León era, al final de cuentas, un obrero de las artes gráficas y nunca quiso hacer una carrera "burguesa" con sus habilidades artísticas. Inés Amor, la célebre galerista que promovió el arte del nacionalismo revolucionario mexicano aquí y en el extranjero, dice de Díaz de León que era un hombre tan modesto y humilde que no se daba cuenta del valor de su trabajo. Aquí agrego un link para quien desee conocer mejor a este colega tipógrafo, diseñador gráfico y hombre de libros que apreció el arte virreinal cuando muchos sólo pensaban reducirlo a ruinas: 

http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_D%C3%ADaz_de_León

Su trabajo de Díaz de León Medina "habló" muy bien de él en esta célebre joya bibliográfica, por eso pusimos su nombre en portada, abajo del de Toussaint y el título del libro: "Oaxaca".

La siguiente "justicia" que le hicimos fue restaurar sus célebres grabados para esta edición. Las anteriores de las que tuvimos que fotografiar las imágenes estaban tan en pésimas condiciones que más bien restaban carácter al mensaje gráfico. Ahora quedaron intensos, recuperaron su expresión y vibran repletos de emoción, pues no es otro el resorte que impulsó a ambos (a Toussaint y a Díaz de León) mientras recorrieron la ciudad. Sentimos que "se la debíamos" a tan espléndido grabador. Por eso esta edición supera a docenas de otras que se hicieron de forma "facsimilar", porque ahora le metimos toda la capacidad tecnológica a nuestra disposición y ya verá y comparará el afortunado dueño de uno de estos libros con sus antecedentes (si los consigue...). Aquí una muestra:

Pero dejemos el micrófono a don Manuel y reproduzcamos una de sus crónicas, como ésta en donde habla de cómo lo llenaba de energía esta ciudad que ya –al parecer– no inspira a nadie :





Cada fragmento corresponde a una página de la edición original. Son como perlas de un collar único. Pero será mejor escuchar la palabra a quienes han estudiado con más calidad esta obra y su contexto histórico. Reproducimos a continuación el texto introductorio de esta nueva edición escrito por el Doctor Carlos Sánchez Silva. 
Para amenizarlo meteré otras pocas ilustraciones de Díaz de León. Quien posea el libro las tendrá todas. Va:

INTRODUCIÓN

Manuel Toussaint (1890-1955)
y sus impresiones
sobre la ciudad de Oaxaca

Es la coloración de los edificios que con la
humedad acentúa ese matiz. Entonces,
Oaxaca es una ciudad de jade. Ahora Oaxaca
es gris como las ciudades castellanas. Cada
ciudad tiene su color inconfundible como tiene su
espíritu: Querétaro es rosa, Puebla policromada con
predominio de los azules y rojos; Cuautla verde;
Zacatecas roja…

Manuel Toussaint

Manuel Toussaint: su generación
y obsesión por la cultura

Don Manuel Toussaint y Ritter vio la primera luz en la Ciudad de México en el año de 1890. Por su fecha de nacimiento, pertenece a la generación de personajes tan destacados como: Alfonso Reyes, Artemio del Valle Arizpe, Francisco González Guerrero, Genaro Estrada, Ramón López Velarde y Agustín Loera y Chávez. Realizó estudios en diferentes disciplinas: Leyes, Bellas Artes y Altos Estudios, no obtuvo grado académico alguno. A pesar de esta circunstancia, su caso, como el de otros mexicanos ilustres, demuestra fehacientemente que obtener grados académicos no es un requisito indispensable para dejar una obra y una herencia digna del mayor reconocimiento. Inclusive, sin exagerar la interpretación, bien se puede afirmar que este hecho de incursionar en varias disciplinas le sirvió para adquirir una amplia formación que después utilizó brillantemente a lo largo de su fecunda labor intelectual.
Sus inclinaciones académicas las dividió en dos grandes vertientes: la literatura y las bellas artes. La síntesis de unir estas dos disciplinas llevó a don Manuel a convertirse en pionero y, fundamentalmente, en uno de los pilares en el establecimiento y desarrollo de la Historia del Arte en nuestro país. Escribió sobre los géneros más diversos: poesía, novela, arquitectura, arte, litografía, cartografía e historia. Pero su labor no sólo se centró en publicar sus hallazgos, con denodado esfuerzo luchó por el establecimiento de la Historia del Arte como disciplina autónoma. Así las cosas, baste señalar que en 1934, junto con otros académicos, fundó el Laboratorio de Arte en la Universidad Nacional Autónoma de México [UNAM], el cual, en 1936, llegaría a convertirse en el Instituto de Investigaciones Estéticas de esta universidad. Instituto del cual fue su director en los años que corren de 1939 a 1955.
Además de su pasión por leer, escribir y fundar instituciones, don Manuel tuvo otros dos “grandes vicios”: el primero de ellos, su obsesión por difundir la cultura por medio de la letra impresa, ya que junto con Julio Torri y Agustín Loera y Chávez crearon en el convulsivo año revolucionario de 1916 la Editorial Cvltvra, sin lugar a dudas,  uno de los esfuerzos más importantes de la primera mitad del siglo XX en nuestro país para difundir obras de la literatura universal, latinoamericana y mexicana.
Su segundo “vicio” fue, como Luis Mario Schneider lo califica: ser un “peregrino de la investigación”.1 Sus “ires y venires” fuera y dentro de México no fueron simple y llanamente “paseos turísticos”, de cada uno de ellos dejó materiales escritos que demuestran su agudeza para retratarnos los sitios más diversos: gracias a sus andanzas nacionales podemos disfrutar de las excelentes monografías sobre: Tepozotlán, Oaxaca, Teposcolula, Zacatlán, Taxco, Coixtlahuaca, Tepeaca, Tepetlaoztoc, entre las más importantes; de su estancia en el “Viejo Mundo”, en 1924 pública Viajes Alucinados (Rincones de España); en los años treinta, recorrió algunos países sudamericanos y posteriormente da a conocer su libro Arte Mudéjar en América.
Irónicamente, don Manuel falleció en noviembre de 1955 en la ciudad de Nueva York, justo cuando hacía escala de regreso, después de haber asistido como representante de México al Congreso Internacional de Arte. Su muerte a los 65 años de edad nos privó que nos siguiera ilustrando con sus escritos y enseñanzas. Sin embargo, su obra y fecunda labor en bien del arte mexicano son algo que pertenece al patrimonio cultural de todos.

La ciudad de Oaxaca en la percepción de Toussaint

A imagen y semejanza de los mejores cronistas en épocas antiguas y también recientes, don Manuel dejó para la posteridad su libro titulado simple y llanamente: Oaxaca. Para llevar a cabo este proyecto nuestro autor realizó una visita a la “Verde Antequera” del 9 al 19 de marzo de 1926. Diez días que sirvieron para que nos brindara una visión íntima y muy personal de la capital oaxaqueña por conducto de 14 estampas bajo su pluma ágil y poética. Este proyecto, desde su idea prístina, estuvo acompañado de hermosos grabados realizados especialmente por el maestro Francisco Díaz de León y que son un complemento perfecto para darle un realce particular a esta obra.2
Amante del pasado colonial, el autor hace un recorrido exaltando los vestigios hispanos de la ciudad de Oaxaca: las primeras siete estampas son una poética nostalgia para lograr su fin. Inicia con el aspecto de la ciudad, el color que le ha dado la cantera con que está construida y le proporciona el sobre nombre de la “Verde Antequera”, que con la lluvia se acentúa más; la peculiaridad de la casa oaxaqueña, más cercana a las casas castellanas que la misma ciudad Puebla; el aspecto religioso de nuestra ciudad, con descripciones del monasterio, los templos, los hierros y sobre la virgen de la Soledad.
Las siete últimas estampas, aunque se refieren a la ciudad de Oaxaca cotidiana que a él le tocó visitar, siempre van en la dirección de buscar el anclaje en el mundo novohispano: en la primera aborda a la “mujer oaxaqueña”, y concluye que todo viajero que parte de la ciudad ha olvidado algo en esta tierras: quizás sea una rubia que ha dejado en la apacible Oaxaca; lo mismo sucede cuando habla de las “joyas oaxaqueñas” que pese a su “casticismo”, “[…] tales joyas son netamente españolas”.3
En las siguientes cuatro estampas don Manuel tiene que ceder en su interpretación pro hispanista, ante uno de los componentes esenciales de la capital oaxaqueña: la presencia indígena y mestiza en su vida cotidiana. En esta perspectiva, su descripción del mercado y las indias es un claro reconocimiento a la parte esencial que los pueblos de indios tienen en el abasto desde épocas antiguas para que la capital oaxaqueña funcione. Toussaint lo resume así: “Para enumerar lo que se vende en este mercado sería necesario un libro”.4
Por lo que toca a la comida el tenor es el mismo, afirmando que se equivocan quienes señalan que para conocer un país y su cultura debemos abrevar en voluminosos tratados, y que la forma más “rica y sencilla” para conocer no sólo el cuerpo sino el alma de una cultura, debemos probar lo que comen. Bajo esta premisa, Toussaint apunta:

Oaxaca había de ser por fuerza abundosa de buena y peculiar comida. Basta ver, en el mercado, la variedad de comestibles para comprobarlo. Ora son los quesillos, de tiras angostas, enredados, que dan la forma de un queso habitual; ora la infinidad de los panes de los que el más sabroso, si no el más fino, es el que llaman resobado, grasoso, salado, hecho para la comida, en contraste con el pan de huevo, dulce, para la merienda. La gloria del mercado son, empero, los puestos de chiles, porque hay puestos en que únicamente chiles se venden. Y hay que ver la diversidad de chiles, en sus colores, formas y tamaños que excitan la gula de los oaxaqueños.5

En este mismo tenor, hace un merecido elogio a tres productos del arte culinario oaxaqueño: el tamal, el guajolote y el mole. Sobre el primero lo hace con estas ilustrativas palabras:
Una buena mañana fuimos invitados a comer tamales oaxaqueños. Y en verdad que son éstos los tamales más maravillosos que he comido en mi vida. Se les envuelve en dos hojas de plátanos cruzadas que se van abriendo como un libro; y entre ellas y en el fondo del incuarto, cuando hemos acabado de abrirlo, se abriga el suculento tamal, no duro como los de México, sino pastoso, abundante de salsa y pollo.6

La combinación magistral entre el guajolote y el mole, don Manuel lo hace bajo esta lógica: del primero señala que así como los símbolos de nacionalidad son el steak para los británicos, la pasta sciuta para italianos, el pork and beans para los yanquis, el cocido para los españoles, en México: “¿No es el guajolote del mole el único animal que puede competir en nacionalismo con el águila de la bandera?”7 Pero precisa que la combinación perfecta es sumarle a la carne de guajolote el típico mole oaxaqueño, platillo cumbre de esta cocina. Refiriendo que el que él probó fue el negro, ya que existen una gran variedad, y que tiene un sabor “…menos complicado que el mole poblano”.8
Sobre estas estampas, que bien podríamos englobar como “nostalgia por el pasado colonial”, llama la atención que don Manuel, con su “ojo clínico de viajero empedernido” no diga nada de una de las joyas arquitectónicas que dejó el porfiriato en la capital oaxaqueña: el majestuoso teatro Luis Mier y Terán –hoy Macedonio Alcalá–; no cabe duda que lo tuvo que ver, pero o su amor por lo colonial lo cegó y no menciona nada de él; o quizá por los años que visitó la ciudad de Oaxaca en tiempos posrevolucionarios, la idea era borrar toda referencia sobre los logros materiales del “Antiguo Régimen”. No lo sabemos, pero queda la duda de esta omisión en la descripción que el maestro Toussaint hace de la otrora “Verde Antequera”, y que hoy día, gracias a las malas decisiones de nuestros “no muy ilustres gobernantes y comparsa que les hacen segunda”, se ha convertido, para usar un término acuñado por el antropologo Manuel Esparza: en la “variopinta Antequera”. Carlos Sánchez Silva
 IIHUABJO

1 Manuel Toussaint: obra literaria, [prólogo, bibliografía, notas y recopilación de Luis Mario Schneider], México, UNAM, 1992, p. 29.
2 En noviembre de 1926 la Editorial Cvltvra publicó en primera edición esta obra.
3 Manuel Toussaint, Oaxaca, Editorial Cvltvra, 1926, p. 69.
4 Toussaint, 1926, p. 75.
5 Toussaint, 1926, p. 93.
6 Toussaint, 1926, p.93.
7 Toussaint, 1926, p.90.
8 Toussaint, 1926, p.93.

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