sábado, 5 de abril de 2014

UN MEXICANO EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA... POR NÉSTOR SÁNCHEZ H.


La cuarta edición del libro escrito por Néstor Sánchez Hernández "Un mexicano en la Guerra Civil española y otros recuerdos", ya está circulando.



La autobiografía que el periodista fue escribiendo a lo largo de muchos años a manera de capítulos breves, se fueron publicando en su revista "Oaxaca en México" (nacida en 1960 y publicada regularmente hasta 1967 y posteriormente con mayor o menor periodicidad hasta 1995) y en el diario "Carteles del Sur" (1965-1987) que fundó. Como libro se hizo libro por primera vez en 1976 bajo el título "Memorias de un Combatiente".

Este texto –que no es breve como debiera– es solamente la "biografía" de este libro. El lector hallará aquí el paisaje que ha rodeado los claroscuros de estas 4 ediciones en las que participé, algunas veces con ninguna gloria... Vayamos al principio.

1.
Retrocedamos hasta 1975, durante el imperio de Luis Echeverría. México sigue gobernado por el viejo PRI de siempre. Es caótica la situación y la devaluación del peso pondrá de cabeza todo. Rumores de golpe de estado son persistentes. El presidente acaba peleado con todos y es aborrecido hasta en la ONU, pero le toca ejecutar el último ademán imperial de su despotismo: el "dedazo". El suertudo cumple un requisito inatacable: fue su camarada de juventud. José López Portillo, de porte atlético y gran carisma, campeón de la retórica, aparentemente es también un abogado ilustrado en la historia –de bronce– de México. Por lo tanto es el hombre ideal de la momificada Revolución mexicana.

Una vez "ungido" recorre el país "con paso firme y decidido" demostrándonos que él es el mesías revolucionario que nos estaba haciendo falta. Su campaña electoral es faraónica. Visita en cada estado a líderes de opinión en su propia casa, escogidos para poderle sacar ventaja a sus adversarios políticos… Lo curioso es que ningún otro partido político presentó candidato. Ni "Cantinflas", pues. Así de grave estaba la cosa. Pero volvamos a "nuestro" hombre: un fortachón de 1.80 m de estatura que viste sacos de acento ligeramente militar y calza su hidalga cabeza con un vigoroso "cuello de tortuga" del que brotan sus patillas acampanadas. Todo él es de un perfecto gris Oxford. No podría ser otro color ni cualitativamente mejor si pensamos en su rol histórico para ser el nuevo fiel de la balanza. Ya su "padre político" había dejado claro para la historia que "no era ni de derecha (azul) ni de izquierda (rojo), sino todo lo contrario"… la imagen tomada a chunga por la nación eran sus tropicales guayaberas y el gesto de estreñimiento que suelen tener los padres de la patria a la hora de desvelarse por México… López Portillo era distinto porque parecía un ejecutivo de banco educado y mucho más "easy going". Una mezcla perfecta entre campechanismo y flemática londinense eran su aura política. A las mujeres de la clase media y alta las seducía en un instante. A los varones les sorprendía el interés que les ponía al escucharlos. En síntesis: era "el hombre". México estaba hecho caca, pero tenía como último recurso a este enviado por la providencia revolucionaria… 

Don Néstor y yo caímos cautivados por "este hombre". Explicaré cómo. La campaña presidencial agarraba un aire de trompetas del apocalipsis y todo el país tenía prisa por cerrar el capítulo echeverriaco. ¿Teníamos opción política? No. La prensa nacional se lucía con grandes reportajes de historias que salían a la luz asociadas al paso de la campaña del candidato porque los periódicos enviaron a sus mejores reporteros a cubrirla, ya que no había ningún otro gallo. Fue así como llegaron a nuestra casa de Las Rosas 325, colonia Reforma, Enrique Loubet Jr. (Excélsior) y Luis Suárez (revista Siempre!), entre otros reporteros de la fuente. Suárez ya sabía de mi padre, pues era español asilado en México. Loubet era un intelectual que había hecho mucho periodismo de fondo y revisteril pero, aburrido quizás, se tiró a la reporteada obteniendo reportajes inéditos que ganaban la primera plana. Poco dados a la historia del periodismo, hemos pasado por alto estas temporadas en las que el oficio obtuvo algunos de sus mejores trabajos en medio de tan aguda crisis… pero peores días tendríamos que soportar en los años sucesivos.

El gobernador del estado de Oaxaca (1974-1977), Manuel Zárate Aquino, un intelectual de izquierda "institucionalizada", es decir bendecida y tolerada por el mismo sistema priísta, habló con mi padre y le dijo que "nuestro candidato" tenía interés en desayunar "con familias distinguidas" de Oaxaca y que lo tenía a él en mente y que si aceptaba… tendría que invitarle el desayuno oaxaqueño al licenciado López Portillo. Don Néstor dijo que sí y le preguntó que como a cuánta gente tendría que sentar en su mesa. El gobernador le respondió que solo a "nuestro" candidato. Acaso a su esposa, si venía.

–¿Qué le gustará al candidato?
–Lo oaxaqueño, don Néstor: tasajo, entomatadas, enchiladas o enfrijoladas, respondió.
–¿Chocolate, champurrado o atole de granillo?
–Déjeme consultarlo con el Estado Mayor Presidencial, don Néstor…

La noche anterior el EMP peinó la colonia y mi calle en particular cada 10 minutos. Muy temprano, hacia las 8 am llegó José López Portillo y saludó a la familia recién bañada y formada como teclado de marimba en la banqueta. El barrio nos miraba azorados. Yo tenía la misión de tomar las fotos que inmortalizarían el encuentro. Mi padre lo recibió gustoso y lo llevó de inmediato a su hermosa biblioteca donde el plan era ofrecerle la primera taza de café americano y enseguida charlar de asuntos generales en lo que mi madre nos llamaba a la mesa. Sería un saludo de protocolo y listo, a desayunar felices rodeados de fotógrafos y camarógrafos.

López Portillo se dejó llevar por el jardín de la casa, muy amplio, muy verde, primoroso y un tanto silvestre. A nuestro bravo perro "Sargento" lo habíamos tenido que encerrar temerosos de que mordiera a algún guarura. Teníamos otro, un criollito de color café bautizado como "Pepo" y cabía el riesgo de que "Pepo" gruñera a "Pepe" López... Ignorábamos que cinco años más tarde él ladraría así: "Defenderé el peso como un perro"... "gag" supremo de nuestra comedia política tricolor... La biblioteca de mi padre estaba al fondo del terreno. Era bastante grande para ser la de un periodista de provincia, lo que llamó la atención de "nuestro hombre". Pero más le llamó la atención una bandera republicana española que estaba colocada en un rincón, atada con una mexicana. Los colores morado, amarillo viejo y rojo, donde se vean, son el símbolo inequívoco de huellas republicanas españolas. López Portillo sabía de eso. Seguramente ya le habrían dicho que mi padre tenía alguna relación, pero no sabía cuál, ni cómo, ni dónde, así que se interesó profundamente por toparse con esa cromática insólita en una de sus estaciones de campaña. 

Al hacerle la pregunta a mi padre:  –¡¿Qué hace esta bandera aquí?!... se desató una cascada de recuerdos entre ambos nuevos amigos: nombres, fechas, batallas, exilio, derrota, historia, novela, etcétera… Mi padre le explicaba y "nuestro hombre" estaba cada vez más entusiasmado por conocer los detalles. Don  Néstor se excedió con datos. El tiempo voló. Pocos reporteros tomaban notas a la velocidad del rayo, pero el veterano Loubet no perdía detalle de lo que sucedía allí, lo que le llevaría a ganarse otra "exclusiva" al día siguiente, en la primera plana del Excélsior, relatando la participación "de un zapoteca" en la Guerra Civil española. En la biblioteca paterna solo se desenvolvía un diálogo vivo entre dos viejos camaradas que, al parecer tras muchos años, volvían a juntarse a recordar los viejos buenos tiempos. 

Un "attaché" hizo un gesto al candidato. El tiempo de la visita se  estaba excediendo y la agenda incluía una visita a Guelatao, a visitar a su coloso, el imbatible Benito Juárez…

–¿Ya escribió todo esto don Néstor? ¡¿Cómo que no?! ¿Es por falta de dinero? ¡¿Cómo, entonces qué le falta?! Yo se lo publico, ¡usted escríbalo y mándemelo!, ordenó. Esto no puede quedarse aquí, ¿comprende?

Mi padre le enseñó los capítulos sueltos que había escrito y publicado en sus medios, pero le dijo que hacer un libro era otra cosa. Necesitaba tiempo:
–Soy un hombre orquesta en mi periódico, don José...
–¿Hombre orquesta? ¡Ya no existen!, respondió "nuestro hombre".

Los "attachés" remolcaron a la pareja que no paraba de charlar hacia el comedor, distante unos 50 metros. Allí mi madre echaba chispas. Ya todo estaba servido y se había enfriado más de una vez. Nadie había probado bocado. Es más, ya no había tiempo para desayunar. Había que volar al aeropuerto y de allí en helicóptero subir a Guelatao a postrarse ante el cerro Cuachirindó y su hijo más ilustre, don Benito.

El candidato no tuvo ningún problema para alcanzar el aeropuerto en minutos. Todo el personal de Tránsito del estado le abrió las calles como si fueran el Mar Rojo y "nuestro hombre" pudo continuar su gira salvapatrias en el nombre de la Revolución mexicana. Era diciembre de 1975.

Así fue como don Néstor, ya pasado el relajo de recibir al candidato en su casa, decidió juntar sus cuartillas y entregárselas al editor Jesús Torres Márquez, su amigo y colega, quien ya presumía de tener una imprenta verdaderamente buena. Mi padre no enviaría ni una sola cuartilla a Los Pinos ni solicitaría dinero ni sugeriría que le pagaran la edición de su libro. Tampoco pasó por su mente pedirle al gobernador Zárate Aquino, silencioso testigo de todo este diálogo, que le patrocinara su libro. Ya ni el editor Bartolomeu Costa Amic sería una opción para él (lo fue algún tiempo). Decidió que haría su libro en Oaxaca con sus propios medios, como saliera, pues en estricto sentido "son relatos más para mis hijos que para editarse como libro", escribió en su "Explicación Necesaria" que a manera de prólogo antecedía el capítulo eje: el cruce del río Ebro, la dramática batalla de cien días decisiva de la guerra civil, narrado por él con lujo de detalles en primera persona.

Primera edición, 1976.


2.
El trabajo de parar galeras se hizo con el sistema de la "fotocomposición", entonces tecnología recién llegada a Oaxaca. Tan "nueva" era que la fuente utilizada en aquella primitiva edición carecía de acentos, tildes y signos aperturales de admiración por ser una tipografía norteamericana, así que el don Chucho Torres resolvió comprar una pluma estilográfica rellenable con tinta china y colocar a mano acentos y eñes, enrareciendo cada página con tantas manchitas. Este rasgo hizo inolvidable y único aquel primer libro oaxaqueño de la década de los setentas. Inolvidable y único por ser feo desde el punto de vista de los valores tipográficos. La página de un libro, por modesto que sea, debe poseer una belleza blanca que ayude a los ojos a fluir renglón tras renglón. Además el estilo de letra debe estar asociado al tipo de historia que transmite. Aquel ejemplar careció de estos ideales.

Sin embargo tenía su mérito. Tocó a don Jesús Torres Márquez intentar en aquella lejana década creer que se podrían diseñar, imprimir y encuadernar libros en Oaxaca, oficio que se había dejado en el olvido. Al menos lo intentó echando mano de los equipos de segunda que importó desde McAllen, Texas. El libro "Memorias de un Combatiente" fue el primero que hizo y probablemente el penúltimo. Aparte de aficionado a la imprenta, tuvo el periódico "Panorama Oaxaqueño" que dirigía e imprimía en su amplio taller ubicado a unos cuantos metros del Segundo Patio del Panteón General de Oaxaca, en la calle 5 de Febrero 155, barrio de Jalatlaco. 

Me tocó participar marginalmente en aquella edición, tarea que se llevó unos ocho meses. Don Jesús tenía equipo offset mientras don Néstor contaba con tipografía vieja. Aventajaba Torres Márquez porque las fotos "saldrían mejor" en offset que con grabados de zinc.  Eso hizo decidir a mi padre encargarle la encomienda de diseñar la edición en cada una de sus etapas, excepto en la impresión de la portada, cuyos originales mecánicos se llevarían al D.F. para que se imprimieran en el taller del señor Adalberto Carrillo, en la Colonia Morelos. Desde el punto de vista del diseño gráfico me fueron encomendados a mí por mi padre. 

Este señor Carrillo era un veterano de las artes gráficas mexicanas. Se le contrataba como asesor a la hora de comprar un equipo de la "novedosa" tecnología offset. Además también se le contrataba como técnico mecánico, pues conocía el sistema mejor que las palmas de sus manos. Su astucia para la mecánica era sencillamente apabullante. Tenía una edad similar a la de mi padre y siendo un chilango de barrio popular hizo muy buenas migas con don Néstor, pues compartían gustos musicales y conocimiento de rincones típicos de la gran ciudad de México. Conocían ambos a talleres, dueños y gerentes del mundillo editorial y periodístico, que siempre ha sido pequeño. Cada uno por su lado habían sido "pata de perro" en toda la república y en fin, eran tipógrafos idealistas.

Don Adalberto estuvo casado con una señora que era dueña de un enorme taller de encuadernación de libros ubicado en esas calles aledañas a La Merced, quizás la calle de Alarcón o Tomatlán... Doblaban, cosían con hilo y pegaban forros y finalmente refinaban los libros. Ignoro porqué mi padre no les dio a encuadernar su propio libro. Seguramente don Chucho Torres le convenció que él podría hacerlo y este emprendedor señor ¡se aventó la puntada de coser los cuadernillos a mano, uno por uno! En fin, ¿cuál prisa había?

La salida a la luz pública de "Memorias…" fue un suceso. Rápidamente y con más entusiasmo que otra cosa, don Néstor lo hizo circular por las librerías del DF, con relativo éxito. Alguna repercusión tuvo en la prensa nacional de entonces, pero no pudo llegar más lejos debido a lo "fea" de la edición que había suplido con entusiasmo los defectos tecnológicos y estéticos que ya mencioné.

Tipografía primitiva...


La portada la hice usando letras compradas en el sistema inglés "Letraset", que las transfiere a base de fricción. Para evitar el engorro de los acentos usé solo mayúsculas. Preferí letras pesadas para impactar al lector –según yo– y para fortuna mía no había una sola letra eñe entre los textos… Con diurex rojo usado en la fotomecánica hice los gajos de las banderas mexicana y española republicana que adornaban las esquinas opuestas. Al centro había colocado una foto del proyecto del monumento a los internacionales que combatieron en España por la República. El monumento estaba basado en un fotomontaje que tenía un globo terráqueo al centro, con una banda tipográfica en su ecuador que hacía referencia a los "Voluntarios de la Libertad". 

Se iban elevando hacia sus costados los bustos de combatientes de cada una de las cincuenta nacionalidades de soldados participantes. Formaban una curva envolvente, a manera de las coronas de laurel y olivo que circundan los escudos nacionales. Ignoro cómo fue, pero un retrato de Néstor Sánchez ocupaba el cuarto lugar prominente cerca del mundo, en su flanco izquierdo. Por esta razón, pensé que era la imagen indicada para portada, pero al estar hecha en dos fotos, cometí la torpeza de ponerlas no una enseguida de la otra, formando una imagen unitaria horizontal, ¡sino una encima de la otra! Lo hice así para cubrí el formato vertical del libro, que era más alto que ancho, como lo son casi todos…

A mi padre le gustó. Don Adalberto no dijo ni pío. Chucho Torres sólo se concentró en pegarla con resistol al lomo del libro… Total, visto en ese momento, era una portada "original", pero vista a la distancia, una "audacia" más bien próxima al surrealismo y al candor mío. Por lo demás, había serias faltas a las proporciones, al buen gusto y al metalenguaje del diseño gráfico, pero de que identificó al libro con su autor, no cabe duda alguna. Por otro lado la estética de los libros de aquellos años de la segunda mitad de la década de los setentas era perfectamente conservadora, tiesa y repetitiva. La Colección Austral de Espasa era la que –según yo– establecía el canon estético del mundillo editorial en el que las ventajas tecnológicas del offset no se explotaban como debía de ser y aún se dejaba a la tipografía dictar su rígida cátedra. Así pues, los libros en español de entonces reflejaban la obviedad de que la belleza de una portada era cosa perfectamente secundaria.

No recuerdo cuántos libros se hicieron, pero debieron ser alrededor de 1000. Tampoco recuerdo cuánto pagó mi padre. La sorpresa primera de la edición se desvanecía rápidamente cuando el lector observaba su rara fealdad –el papel empleado era el modestísimo "revolución", que usan las tortillerías para despachar sus kilos– y enseguida cuando se confundía ante una serie inconexa de capítulos breves que le hacían ir de una época a otra y de un sitio a otro sin transición, sin plan, sin concierto. El libro había salido falto de estructura editorial. Yo no lo supe sino años después, cuando tuve que consultar tal "libro". 

Edición de 1997


3.
Desde entonces me hice el propósito de hacerlo desde cero, interviniendo en la edición de los capítulos y dándole lo que le hacía falta: un hilo conductor que facilitara su comprensión según se iba avanzando en la lectura. Ya tenía yo experiencia suficiente para hacer libros en Oaxaca, pues cumplía seis de ofrecer el servicio localmente, estamos hablando de 1997. Con tal ventaja esta vez elegí una fuente tipográfica clásica con un tamaño de 14 puntos para que se leyera sin necesidad de usar lentes. La totalidad del libro se encuadernó con pasta dura. Las fotos no fueron problema, pues ya podía yo controlar todo el sistema offset a la perfección y para que las fotos fueran lo más nítidas posible usamos papel couché mate para encapsularlas en cuadernillos aparte. El resto del papel fue Kimberly Clásico, de algodón. Toda la edición fue en blanco y negro excepto la portada, donde había recuperado yo una foto de carnet que tuvo que tomarse don Néstor Sánchez antes de abandonar España. 

Sospecho que esa foto estuvo hecha para los papeles de su repatriación, pues aparece tocado con la gorra cuartelera que ostenta las tres barras de capitán, grado que alcanzó tras encabezar la ofensiva del Ebro. En aquella foto luce como un miliciano realmente joven, adolescente casi, pero ya estaba muy fogueado en el campo de batalla. Había perdido casi todo: camaradas, documentos, la guerra, pero conservaba la vida por alguna extraña maniobra de su propio destino. Noto un aire de esa serenidad en su mirada. En su semblante está grabado el orgullo de un esforzado idealista templado por una derrota militar inminente. Se dibuja en su mirada ese ánimo estoico emparentado con el pesimismo que como hijo le vería sacar a relucir en muchas situaciones político-periodísticas difíciles mientras le acompañé cuando él dirigía su periódico "Carteles del Sur", el más influyente medio impreso de izquierda de la década de los 60-70 del siglo pasado en la ciudad de Oaxaca. Don Néstor creyó siempre que cada hombre tiene un destino. Sin embargo no fue un fatalista ni un supersticioso. Mantuvo una fe cristiana muy reservada de la que no hizo gala pública jamás. Pensaba que a la sociedad (al pueblo) debería observársele, educársele y conducírsele éticamente desde el periodismo. Aunque siempre mantuvo una leve "razón" pesimista respecto a la condición humana. Ni él mismo pudo escapar a este modo de pensar incluso como protagonista de su propia vida. Fue un joven idealista que abrazó la causa de la izquierda, pero no se fanatizó ni se entercó en la retórica de los manuales ni en las fidelidades a ciegas de los carnets de la militancia. Sabía que los hombres piensan en ideales, pero actúan con intereses. 

Definidos los contenidos y ordenados cronológicamente, el libro comenzó a tener según yo un sentido más diáfano para el lector. Saqué las tijeras y comencé a aligerarlo. Lo más difícil era el título nuevo que debería tener pues aunque se trataba del mismo personaje y de las mismas memorias, la edición que yo estaba preparando era esencialmente otra cosa distinta. Le platiqué el plan y me dio luz verde para decidir lo que fuera necesario. Confiaba por segunda vez en mí su libro, pero ahora yo era muy distinto, con estudios de filosofía y con una relación profesional con los libros, al ser editor, diseñador, impresor y encuadernador en "Carteles Editores", nombre que le dimos a la novedosa empresa que había venido a ocupar el lugar del antiguo periódico diario, además en sus mismas instalaciones una vez que "Carteles del Sur" dejó de publicarse arrastrado por las devaluaciones del sucesor de López Portillo, Miguel de la Madrid.

En mi opinión "Memorias de un Combatiente" sonaba demasiado bien pero no tenía sentido su vaguedad. Yo quise resaltar que el eje vital, ideológico y aún espiritual del protagonista había sido su participación en la Guerra Civil española (1936-1939) como un mexicano que había ido a pelear como Voluntario Internacional. Debido a que estos acontecimientos le suceden cuando aún no ha cumplido ni dos décadas de vida, el viaje trasatlántico, su alistamiento, el contacto con decenas de voluntarios de otras nacionalidades, con personajes relevantes, con el pueblo español y su peligro inminente de morir en combate, marcaron un parteaguas en su pensamiento y en sus emociones. Le dibujaron un horizonte histórico y social respecto a su rol en la vida. Por eso resalté la importancia de la experiencia militar que sobrevivió en la Guerra Civil y agregué "y otros recuerdos" al título ya de por sí largo, para jerarquizarlos. 

Con el paso del tiempo, al conocer otros libros de memorias escritos por norteamericanos, canadienses e ingleses que también se alistaron en la Brigadas Internacionales, supe que mi enfoque era el correcto. Mi padre formó parte de una generación de jóvenes surgidos de las clases más bajas que soñaban con cambiar la realidad social y económica del mundo. Para ello no bastaban los puños en alto ni la expresión de las ideas más nobles sino tomar las armas, llegado el caso, aunque fuera en un país remoto. Las causas obreras eran las mismas en México que en Inglaterra. Las ideas asociadas a la universalidad de la clase obrera tenían ya décadas de estarse fraguando, pero el mundo no vería el fin del capitalismo, ni del comunismo ni del fascismo sino el recrudecimiento de sus alegatos. Esa tensión recorrería casi todo el siglo XX…

La tercera edición data de 2005. Ya no la conoció don Néstor, pues murió en 2001. El cambio más notable fue el uso del color en la portada aunque fue una edición a la rústica. Cumplió bien su papel porque sus páginas interiores fueron de hecho copiadas facsimilarmente. Ya está agotada, pero esta fue su portada:

Edición de 2005


4.
Pero ahora hemos llegado a la cuarta edición y para ello decidí que el diseño gráfico fuese más contemporáneo. Eliminé muchas fotos que no eran originales aunque sí históricas y preferí solicitarle a un joven artista gráfico llamado Irving Herrera que me hiciera su propia lectura del libro, eligiendo algunos pasajes del periodo de la Guerra para que él, con su destreza los convirtiera en gráficas. Aquí las incluimos a dos tintas. Esta gráfica me pareció más acorde al espíritu de esta nueva edición. Un aire del Guernika de Picasso envuelve a estos grabados. La tragedia de la guerra expresada con absoluta originalidad por el pintor español nos dejó una imagen filosófica del drama que es la lucha armada fanatizada. Esta lección que tantas veces criticó don Néstor es lo que acompaña a cada obra de Irving Herrera a su alrededor, como un resplandor, como un sonido envolvente que nos trae el eco demencial de aquella guerra civil. Por lo demás mantuve la cromática basada en la bandera republicana y la forma de la estrella de tres picos que fue icono identificador de la XIII Brigada Internacional. Ahora toda la edición, de 300 ejemplares, está encuadernada con pasta dura y "camisa" a la francesa. Preparo aparte una edición especial donde en una suerte de pequeña caja o maleta de cartón colocaré los grabados originales firmados por Irving Herrera junto con un ejemplar de este libro. Aun es un proyecto…

También al hacer esta edición decidí que era hora de entregar la estafeta al nieto mayor de mi padre, Odín Alejandro, quien hizo el viaje que yo hubiera querido hacer: recorrer el teatro de guerra donde sucedió la Batalla del Ebro y ubicar el punto exacto donde el mexicano Néstor Sánchez encabezó personalmente la  ofensiva republicana como soldado de la XIII Brigada Internacional Dombrowski. Su vivencia, vibrante de recuerdos y plena de reflexiones, se la pedí a Odín Alejandro para que nos la escribiera para ser el nuevo prólogo de esta edición. Su padre, mi hermano mayor Prometeo, escribió un prólogo a la edición de 1997 y aquí se juntan, en la cuarta.

El arqueólogo Luis Rodrigo Álvarez ha sido un amigo de la familia desde hace muchos años. Fue amigo personal del autor de estas memorias y le unió un hecho insólito: don Néstor y su padre estuvieron combatiendo en la Batalla del Ebro, aunque no se conocieron allí, bajo el fuego necio de la artillería, la aviación alemana y las ametralladoras. Llegado a México con el exilio, tampoco hubo oportunidad de relacionarse, pero fue su hijo quien por esas sorpresas que tiene la vida un día llegó a estas tierras del sur de México, le buscó, se conocieron y se identificaron en su estirpe republicana. De entonces data esta entrañable amistad, por eso le pedí que escribiera un texto para esta cuarta edición y es el primero que hallará el lector. Don Luis Rodrigo Álvarez trabaja actualmente como investigador del Instituto de Investigaciones en Sociología de la Universidad Autónoma "Benito Juárez de Oaxaca y es autor de varios libros emblemáticos que reflexionan sobre la geografía y la historia de estas tierras nuestras...

Muy recientemente se resolvió el misterio de un lote de negativos "olvidados/extraviados" que tomaron los célebres fotorreporteros Robert Capa, David "Chim" Seymur y Gerda Taro durante la Guerra Civil española. El episodio se conoce como "La maleta mexicana"… Naturalmente se ha vuelto a reflexionar sobre aquel conflicto que sacudió al mundo, pero las opiniones y los testimonios vertidos por destacados intelectuales en los medios han cometido otro "olvido/extravío"… Se les han olvidado los Voluntarios Internacionales que combatieron a favor de la República. Se les han extraviado los mexicanos que llegaron a alistarse y a combatir en distintos frentes. Muchos murieron y España se volvió su sudario –lo expresó La Pasionaria bella y agradecidamente– y otros volvieron a su patria, México, donde rehicieron su vida enfrentando iguales retos que los exiliados españoles al principio: rechazo y prejuicio.

Néstor Sánchez nos cuenta en sus memorias esa historia de la que fue testigo. No buscó nunca recompensa porque por años mantuvo viva la llama de la gratitud de españoles amigos que se quedaron allá. Eran gente del pueblo, labriegos y artesanos que le brindaron abrigo, comida y afecto mientras estuvo en la retaguardia o herido. Muchas cartas que intercambiaron están ahora en mi poder gracias a que las conservó don Néstor, las guardó doña María Islas, mi madre, y recientemente me las ha entregado para conocerlas, clasificarlas y ponerlas a disposición de la Historia. Nunca imaginé que existieran. Cada vez que estoy con el humor adecuado para sumergirme en ellas, me quedo frío de emoción tras su lectura. Es como haber hallado "la maleta" de mi propio padre, también "olvidada/extraviada"… 

La buena noticia de haber hallado la "La maleta mexicana" es que tiene aún muchos temas dignos de ser revisados por la presente generación. Este libro es uno de ellos. 

CSI. 5 de abril de 2014, Oaxaca de Juárez.

Edición de 2014



Ya está en librerías de la ciudad de Oaxaca o por correo solicitándolo por mail: klovis44@gmail.com

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