miércoles, 16 de marzo de 2016

DRILUS: LITERATURA, PERIODISMO Y CONTRACULTURA EN OAXACA. JUAN HERRERA

Sale en estos días cuaresmeños de 2016 un libro largamente esperado, cuya portada es la siguiente:


Entremos en materia inmediatamente, pues Juan Herrera no debe esperar más.
Llevados de la mano por el antologador, Javier Sánchez Pereyra, conoceremos sobre el autor y el medio cultural del Oaxaca de los años 60s y 70s. Reproduciremos primero el famoso cuento Drilus, enseguida el ensayo introductorio y al final el Epílogo que escribió Claudio Sánchez Islas tratando de atar los pocos cabos sueltos que nos quedaron de una época de la que no sabemos casi nada sobre cómo se desenvolvía en la cotidianidad esta provincial y a la vez vanguardista ciudad.

Este volumen estará ya a la disposición del público en las principales librerías de la ciudad de Oaxaca a partir de abril.




Drilus



 


De pronto, todas las gentes que estaban dentro de las salas de espera del aeropuerto se quedaron calladas. Lo último que alguien alcanzó a decir fue: son las doce del día.

El helicóptero suavemente se fue posando sobre la pista.

Era la primera vez en la historia de esa gran ciudad, que al llegar de visita un cocodrilo recibía tales honores. Las gentes más importantes estaban a recibirlo: el alcalde y su esposa, los industriales, los banqueros, la Directora del periódico local; y un poco más allá, el arzobispo acompañado de dos de sus ayudantes.

Todos esperaban la llegada de Drilus. Drilus, el cocodrilo más inteligente de todo el mundo, el único que hablaba ocho idiomas, el único que había escrito tres libros —uno de ellos llamado: “Cómo existir a pesar de tener una cola larga y la piel dura”— y además, era el único de quien se aseguraba que era Consejero Teológico del Papa; y que no era difícil que este año le otorgaran el Premio Nobel por sus extraordinarios trabajos sobre energía nuclear.

El helicóptero se posó exactamente en el lugar preciso, se abrió la puerta del aparato y todas las gentes que estaban reunidas en las salas de espera del aeropuerto hicieron ¡Ah!, como nunca se había escuchado. Drilus, vestido con un impecable traje blanco de seda china descendió del aparato. Detrás de él, una garza bellísima de cuyo cuello colgaba un largo collar de perlas. Una señora obesa, la tía-abuela del arzobispo dijo: yo leí en los periódicos que esa garza es su secretaria particular, se llama Grace.

Dos días antes, el alcalde de la ciudad había recibido órdenes del Presidente de la República en las que se le decía que “El Gran Drilus” llegaría a esa ciudad el 24 de junio a las doce del día, con el fin de conocer la zona arqueológica; y que debería atenderle como corresponde atender a todo huésped distinguido.

El Alcalde pensó inmediatamente en Larousse, el Director del Zoológico.
Es necesario sacarlo de la ciudad si no queremos tener problemas, dijo, y lo mandó llamar.
Larousse, es necesario que viaje a Los Ángeles, California; están vendiendo un dromedario y hemos decidido comprarlo. Aquí tiene usted el cheque por lo que cuesta y éste dinero para sus gastos personales. La salida tendrá que ser hoy mismo.
Todo fue tan rápido para Larousse, que no tuvo tiempo de decir no.

Afortunadamente están vendiendo ese dromedario, —se dijo a sí mismo el Alcalde—, es la única manera lícita de sacar a Larousse de la ciudad, agregó.
Y efectivamente, el Director del Zoológico sería un verdadero problema en una situación como ésta, por esa manía tan estúpida que tenía: encerrar o matar a todos los animales.

Los únicos animales buenos, son los que están encerrados —decía—. A los animales que están sueltos hay que enjaularlos o matarlos. Repetía incesantemente.
Ahora sí, todo está dispuesto para recibir al Gran Drilus, nadie podrá causarle problemas. Larousse ya va rumbo a Estados Unidos –dijo el alcalde cuando se lo comunicó a su esposa.
Después del discurso de bienvenida que pronunció el representante personal del Presidente de la República en el aeropuerto, el Gran Drilus dijo:
Gracias, gracias a todos…

no dijo más, se limitó a sonreír amablemente a todas las gentes que estaban reunidas; toda esa gente quería saludarlo, fotografiarlo, verlo de cerca, tocar su piel; pero nadie logró ponerle ni siquiera un dedo encima, sus seis detectives particulares, todos de raza negra, lo protegieron.

Del aeropuerto, directamente al hotel, era necesaria una ducha.
Del hotel, al Palacio de Gobierno, a recibir las “Llaves de la Ciudad”.
en la noche, cena de gala.

Después de la cena, cuando el Gran Drilus pudo estar solo en su hotel, meditó sobre las palabras que había escuchado desde que estaba, años atrás, dentro de un zoológico pequeño en un circo ambulante. Todo el mundo al verlo decía: es un cocodrilo inteligente. Y él, se preguntaba ¿por qué dirán que soy inteligente? Después, cuando comprendió, habló en los diferentes idiomas de los humanos y todos exclamaron: Es un cocodrilo muy inteligente. Y cuando comenzó a escribir sus libros, el primero, para ser más precisos, todo fue imposible para contener la avalancha de reporteros, solicitudes de entrevistas exclusivas para periódicos, revistas, noticieros y la televisión. Siempre era lo mismo.
Siempre las mismas preguntas. Los reporteros preguntaban:

¿Cómo aprendió usted a hablar?

Y Drilus responde:

Yo y todos los que ustedes llaman animales, siempre los hemos comprendido. Siempre platicamos de ustedes, los humanos y perdónenme que hable de ustedes y de nosotros, cosa que no acostumbramos, pero es que todos los reporteros siempre me obligan a hacer esta clase de divisiones, de jerarquías… Yo, lo único que soy, es un cocodrilo, un cocodrilo a secas, ¿por qué tanto alboroto?

Esto era lo que molestaba a Drilus, que todo el mundo lo consideraban un ser excepcional, en la selva hay otros cocodrilos, otros leones, otras hormigas que pueden hacer lo mismo que yo, que a veces sus formas de pensar coinciden con las mías; pero a ellos no les importa dar a conocer sus obras, ni sus formas de pensar. Si yo lo he hecho, lo he hecho por… por… pues.., porque he querido.

Pero Drilus sabía que esto no era verdad, que él no había querido hablar en los ocho idiomas que sabía de los hombres, que a él no le había agradado escribir tres libros, que a él no le gustaba ser el Consejero Teológico del Papa, y lo único que le agradaba eran sus últimas investigaciones sobre energía nuclear. Se veía obligado a todo esto, porque cuando los seres de la selva y de los demás espacios se reunieron por segunda vez, dieron a conocer en esa junta la terrible noticia: hemos sabido de un Director de Zoológico llamado Larousse, enemigo acérrimo de todos los seres de la selva y de los demás espacios, al que lo único que le preocupa es encerrarnos o matarnos. No podemos permitir que esto siga.

¿Qué opinan ustedes del tal Larousse?

Todos los seres de la selva se enfurecían en contra del tal Larousse, pero su enojo fue inaudito cuando se dio a conocer la lista de seres que había matado; una lista verdaderamente impresionante: casi un millón y medio de moscas, 724 372 cucarachas, 114 alacranes, 933 arañas (entre chicas y grandes), 824 perros, 932 gatos, 8 969 burros y caballos; y ya el león no pudo seguir leyendo la lista de muertos, porque la mayoría de los animales estaban llorando. Unánimemente fue aprobada la idea dada por Drilus: “En vista de las masacres cometidas por Larousse, someto a la consideración de ustedes esta idea: debemos aplicarle la condena treinta y cuatro que señala el Código de los Anfibios”.

Y esta es la razón por la que Drilus habla ocho idiomas, aparte del suyo, escribió tres libros, dio a conocer sus trabajos sobre energía nuclear y es Consejero Teológico del Papa.

De pronto, en esa supuesta tranquilidad que tiene la noche, Drilus lloraba; al escuchar el llanto de Drilus, Grace se acercó a él y le susurró al oído:
No llores, acaban de llegar nuestros agentes y traen consigo a Larousse.

Ya se alquiló el avión que partirá hacia la selva cuando tú lo dispongas.

Drilus se limpió las lágrimas, se vistió y en compañía de Grace y de sus seis agentes africanos abordó el pequeño avión. Dentro de él, en el compartimiento de carga iba Larousse anestesiado. Solamente unas horas tardarían en llegar a la selva donde los esperaban miles de aves, de mamíferos, de reptiles, de peces, de insectos, etc.


ESTUDIO INTRODUCTORIO

JUAN HERRERA
[1944-1970]

Por Javier Sánchez Pereyra

Niño aún, Juan encontró refugio en el teatro. En él descubrió la existencia de una realidad distinta, a ella se aferró y convirtió en razón de vida. Al teatro se entregó con candor de párvulo. La vida real era otra cosa, se imponía con crudeza. La suya fue una infancia de claroscuros, padeció un padre autoritario y gozó una madre amorosa. A la puerta de la adolescencia muere su madre, la familia se desmoronó. Juan fue el primero en abandonar esa dictadura soviética que aún quita el sueño de Alberto Laiseca. Su emancipación dejó atrás algunos episodios dolorosos, pero al mismo tiempo, lo volvió audaz y desde allí, trazó su biografía.
Sus demonios personales habían comenzado a torturarlo, lo perseguirán toda su vida. Libre de ataduras, empezó a sembrar señales. Vivió de prisa, no escuchó a los maharishi. Con osadía fundó la “Casa del Estudiante Oaxaqueño”, abriendo oportunidades a jóvenes provenientes de distintas regiones, allí pudieron encontrar rumbo. Lo que en este centro sucedió, borrado ya por el tiempo, es digno de recordar. Antes de Juan imaginarlo, otros emancipados de tutelajes se sumaron a este proyecto cercano a Sumerhill.
Los buscadores de nuevos caminos fueron diversos, pintores, intelectuales y diletantes. Reunidos como cofrades, conspiraron contra el estatus quo. En esto, los cambios en el mapa ideológico latinoamericano los alcanzaron de lleno. La revolución cubana pareció darles la razón: era posible cambiar el mundo. Lo caribeño se convirtió en punto de partida para ellos. Literatura, música e ideologías se amalgamaron en proyectos culturales de la Casa del Estudiante. La poesía de Nicolás Guillén pasó primero lista.
Virgilio Gómez y Raymundo Villalobos, se multiplicaron durante esta etapa. Su presencia dejó impronta también borrada ferozmente por el tiempo. Los estudiantes residentes bebieron ávidamente las enseñanzas de sus accidentales maestros. Juan se convirtió en esponja, absorbiendo todo aquello que le era ajeno. Virgilio Gómez convertido en el gran gurú, disertaba oscilando entre una bohemia trasnochada y una vanguardia sin concesiones. Otros artistas se acercaron a la singular experiencia.
En este escenario singular, Juan inició su aventura intelectual. En la cotidianidad de la Casa, conoce y le conocen. Habla y le hablan. Observa y le observan. Entre la multiplicidad de identidades, escribe un pequeño texto que conservará celosamente, ahora convertido en testimonio de uno de los estudiantes, Juan le tituló: Yo soy de Niltepec. Gonzalo, el residente istmeño habla de su pueblo, subrayando la diferencia con los vallistos, en ese interminable nosotros y ustedes. ¿Y cómo es Niltepec? Es un pueblo a toda madre. No hay luz ni hay agua. Pero es a toda madre. Yo vivo en el centro. Ni arriba, ni abajo, en el centro. Ahí sí que la gozo. No. No es como aquí. Allá es a todo dar, dice Gonzalo.
Las ambiciones crecieron, otros más se sumaron y juntos tomaron por asalto los espacios sacralizados de los oaxaqueños. Había que estremecer a una sociedad anclada en el pasado y promover el cambio. Entre diálogos interminables y proyectos renovadores, se dan tiempo y fundan el Liceo Cultural del Sureste. Sería el instrumento para el cambio. El grupo toma el “Cine Reforma” y ponen en marcha el primer cine club en donde se analizan los filmes de François Truffaut: Los cuatrocientos golpes y Jules et Jim.
Lo que El Liceo proponía chocaba de frente con los férreos diques de lo provinciano. Al asombro seguiría la murmuración soterrada. Para ellos era una carrera contra el tiempo. Había que ponerse al día. A la distancia, no sé si el esfuerzo alcanzó sus propósitos, de lo que sí estoy seguro es que al menos, sembraron cargas de profundidad que en algún momento estallaron. Lo que ahora sucede con los jóvenes no puede comprenderse sin volver la mirada hacia atrás.
La suerte les favoreció. El INBA convocó al concurso regional de teatro zona sur OaxacaChiapas. Juan aprovecha la oportunidad y propuso participar con su ópera prima: Vivir escalones cuatro y medio. El grupo se pone en movimiento. Ninguno tenía experiencia previa, salvo Juan, para quien este momento sería el pasaporte para desarrollar su obra teatral posterior. Ya no dejará de escribir. Planteó una dramaturgia impregnada por los demonios de su lucha interior. Para ello acudió a las alegorías, colocando en el centro del conflicto de su sexualidad, la religión, las buenas costumbres. En cierta forma, sus argumentos resultaron escandalosos. Al trasladar sus demonios a los personajes Juan se absuelve moralmente. Eso se hace evidente sobre todo en El gato y el ovoide.
En el concurso pudieron constatar los riesgos de la ruptura. El veredicto del Jurado terminó exponiendo su confusión. Tal vez, Jesús Ramos Dávila, un hombre de teatro de toda la vida, quien reseñó cada una de las obras teatrales presentadas en el concurso haría una mejor lectura: “Como obra en el concurso de teatro de la zona sur, encontramos que tiene una originalidad radical. […] También encontramos en el concurso un joven que dice las cosas con ingenio aunque “esas cosas y ese ingenio no le agraden ni le importen al público: pero en conclusión hemos conocido a alguien que se rebela contra lo ya hecho, para hacer lo suyo”.
Con ese impulso, eufórico, escribe dos monólogos, La cigarra y La hormiga, ya perdidos. La última obra teatral que Juan escribe, El cohete, al menos mereció una lectura un poco atropellada, cuyo final fue acelerado por la anfitriona quien lo atosigaba alcoholizada. Juan entendió esta obra “como una farsa en donde mezcla varios tiempos dentro de un solo espacio. Lo que digo (exponiendo hechos teatrales y anti teatrales) es que el hombre debe ser libre a pesar de sus complejos, inventos, guerras, presagios y de las doctrinas de los demás”.
Metido hasta el cuello en el teatro, dirige entre otras obras, Sumergidos, en la Penitenciaría del estado. Su pasión por el teatro le acerca irremediablemente al director Rodolfo Álvarez, quien habrá de ser su maestro y protector. Álvarez amante del teatro clásico era en ese momento, el yes de la sociedad conservadora. Su prestigio convirtió su casa en el lugar obligado para iniciar o terminar una parranda.
Ni el grupo ni nadie de nosotros leímos lo por venir. Entre tanto, Carlo Coccioli visita Oaxaca y conoce a Juan, coquetea con sus obras y ofrece promoción y asilo. La tormenta por llegar se llamó Movimiento Estudiantil. Ante ella, los integrantes del grupo tomaron varias direcciones. Cuando la calma regresa, Juan había atenuado sus demonios interiores. Carlo Coccioli terminó haciéndole la vida imposible. Comienza a dividir su vida entre estancias en la capital del país y la ciudad de Oaxaca. En una de sus estancias en el Distrito Federal lo alcanza la noticia del asesinato de Nancy Audiffred que conmocionó al grupo. Le escribe una carta amorosa llena de dolor, pero también de optimismo.
Poco después, empezó a publicar en el diario Oaxaca Gráfico una serie de reportajes relacionados con acontecimientos del momento y más adelante una columna: Antropofagia, gimnasia oaxaqueña que se transformó en Mamas–Ondas–Patines. Sus reportajes reflejan una libertad plena. En su naciente estado de ánimo libérrimo, sus escritos empiezan a mostrar un desenfado irreverente que confronta los clichés y arquetipos noticiosos. Sus reportajes y entrevistas muestran ya una frescura desbordante, tan inusual como la falsa seriedad de nuestro medio.
Se convierte en un conspicuo reportero, atento a todo acontecimiento. Napoleon’s, refleja la vida loca del primer club nocturno familiar ubicado en el corazón de Antequera. Una instantánea desenfadada, desbordante de alegría. Fue la mejor invitación para conocer el lugar. En La crecida del río Atoyac, Juan se acerca desde la querencia de la infancia a una tragedia que redibujó los territorios naturales de las márgenes del histórico Atoyac. Las voces de los líderes de las colonias afectadas se convierten en testimonios que afloran olvidos e imprevisiones de la autoridad. Voces del pueblo ante la fuerza de la naturaleza que no debemos olvidar. En Los luchadores, Juan descubre así sea tímidamente, un segmento de deportistas impulsados por la sacralización de los grandes ídolos: El Santo y Blue Demon.
Nuevas influencias empiezan para la juventud en el mundo. Los hippies, el rock, las drogas. Las melenas aparecen en el zócalo. Antropofagia, gimnasia oaxaqueña, la primera columna permanente de Juan, no durará mucho. Después de ella, abre otra a la que llamó: Mamas–Ondas–Patines, una miscelánea que recorre la crítica social a través de la entrevista. En ellas desfilan los jóvenes de la nueva generación y personajes vinculados a él mismo. Nuevamente aborda la lucha entre lo provinciano y lo universal. “Por favor, —afirma Juan— dejemos de creer que el Universo termina en La Garita y allá por Ixcotel”.
El desenfado del entrevistador es tan evidente como el descaro del poeta José Luis Colín avecindado por el rumbo de Puente de Fierro, en la Sierra Mazateca, o los malabares del hijo de Ludivina, o el encuentro contingente con Cayuqui.
De regreso en Oaxaca, inicia un proyecto ambicioso. Realizar entrevistas a cien personajes que dibujaran aquello que entendemos como lo oaxaqueño. Vendedoras del mercado, artesanos, burócratas, deportistas y conocidos de Juan.
Los manuscritos que dejó Juan en una libreta, dejan ver un registro manual sin los artificios de las grabadoras. Una o dos fotografías pegadas con un clip en unas hojas conducen a suponer que pensó en ilustrar cada entrevista. Los personajes seleccionados por Juan, en mayoría han desaparecido del escenario urbano de la capital oaxaqueña. Todos ellos hablan con soltura y confianza. Juan los deja decir formulando un mínimo de preguntas que van trazando el rumbo del testimonio. En la secuencia original, las entrevistas son también la narrativa de un recorrido por el mapa de la ciudad estratificado y eventualmente de una localidad concreta.
El arbitrio de los editores organizó el trabajo de Juan bajo títulos que facilitan la coexistencia. Homenaje a Diane Arbus, muestra cuatro personajes marginales. Sus testimonios son una expiación de sus vidas y conductas. Nos muestran cómo ellos percibieron su propia vida ante una sociedad que los ubicaba como parte del paisaje urbano.
En Historias tejidas por sus manos, vemos artesanos; una alfarera, un talabartero, un tejedor de tapetes de lana, un carrocero, un tejedor de hilo de algodón, un cuchillero, un masajista y pedicurista, y un peluquero. Todos ellos orgullosos de su trabajo y de sus producciones. Satisfechos por ser reconocidos. Algunos de ellos, mostrando ya la preocupación por la extinción de sus oficios.
Una pálida sombra es un apartado de los otros oaxaqueños, también pueblo pero alejados de él. Aquellos que representan al citadino del momento. Por demás interesante es la entrevista de Ruanova Sada. La mirada de la vida vinculada a la condición humana.
En La liviandad de la omisión, Juan pasa revista a los viejos garruleros ocupados en distintas profesiones u oficios. Sus recuerdos tamizados por sus propias biografías nos recuerdan su presencia.
Juan no omite al verdadero pueblo, en Las voces ocultas desfilan los testimonios de los sin voz, de aquellos que viven su vida sin ambicionar más de lo que tienen. Conformes con lo que Dios les ha dado. Conformes con su muerte.
En esta intensa actividad Juan asiste acompañado de su amigo José Humberto Palancares a la feria de La Soledad. Recorre los puestos, compra golosinas y se retrata con traje de charro, orgulloso montado en un caballo de cartón. Volvió a ser niño. Nada parecía empañar su futuro.
Después del periplo en la feria de La Soledad, Juan viaja a Zipolite con la ilusión de tener una casa cerca del mar. Unos días después muere ahogado. Enterados de la noticia, sus amigos Virgilio Gómez y Enrique Audiffred, me buscan para viajar a la costa. No estuve en ese momento y ellos viajan con la intención de trasladar sus restos a la ciudad de Oaxaca. De regreso, ellos traerán los manuscritos de Juan en varias cajas. Gracias a ellos Juan sigue ahí entre las líneas de su fuerte escritura.


Y ahora viene el Epílogo...


JUAN HERRERA
O LA GENERACIÓN QUE NOS QUEDÓ A DEBER SU AUTORRETRATO

Por Claudio Sánchez Islas

Este libro recuerda a la época a go–go adrede.
A través del diseño gráfico metemos al lector en los aires de aquella estética, usando del opart, sus colores estridentes y sus formas inestables, tal como se representaba el mundo sensorialmente alterado del LSD y los aullidos de la guitarra eléctrica de Hendrix o la voz de gorgona de Joplin, referentes históricos de la contracultura norteamericana, pero cuya influencia fue avasalladora en la juventud oaxaqueña, entre la que debemos contar a Juan Herrera pues estamos entrando visualmente a su época narrativa, entre los años 1959 y 1970.
Tiene esos aires extemporáneos porque este libro debió haber aparecido a más tardar a mediados de los años setentas. Lo publicamos porque Javier Sánchez Pereyra —historiador de la educación en Oaxaca, escritor y fotógrafo— conservó estas páginas desde que murió Juan Herrera, su gran amigo de juventud.
Hoy alcanzan la luz pública salidos verdaderamente desde el fondo de una cueva no solo oscura, sino muda, porque ¿qué sabemos de la vida cotidiana de nuestra ciudad y estado de aquellos años estridentes y revolucionarios?
Nada... pero quisiéramos que eso cambiara. Y quisiéramos todavía más: que este libro sirviera para provocar la revisión literaria local de esos años.
Las antologías literarias que se han hecho en Oaxaca no incluyen la obra de Herrera, quien escribió teatro y practicó en el periodismo los géneros entrevista y crónica. Tampoco lo registra la historia del periodismo oaxaqueño, pues lo que se ha publicado al respecto se detiene justamente antes de la irrupción de nuestro autor.
Así pues, hay una zona muda en torno a la literatura, la crónica y la historia del periodismo locales a partir de 1950. Sin embargo en el breve periodo de diez años en que Juan Herrera produjo su obra, la puso en escena y la publicó en periódicos, puede resultar de lo más intenso para conocer a la sociedad en un momento de quiebres y radicalismos, tanto en lo político–ideológico como en lo cultural y en lo contracultural, tema hasta la fecha totalmente inédito.
Para no caer en academicismos tipo aula universitaria, solo diré que el novelista José Agustín, padre de la “literatura de la onda”, nació en el mismo año que Juan Herrera y como él, era un provinciano. La época y sus dinámicas llevaron a ambos a la literatura con una pluma iconoclasta y una actitud rebelde ante la vida convencional. Su escritura reflejaba su vida, desatada ya de intenciones formativas y ejemplares como había sido la literatura de la revolución mexicana, la indigenista, la costumbrista, la política. Se estaba fraguando una juventud que envalentonaba su voz con desparpajo y negándose a los principios morales y religiosos de la “buena cuna” deseaba experimentar la libertad psicológica y sexual, laboral y política, narrativa y testimonial. No hacía falta ser un héroe de bronce para escribir sobre ti mismo. Solo tenías que sincerarte y dejar en claro al lector tus dudas y tus canalladas. La vida adolescente tenía una alegoría: era el puro “rocanrol”.
¿Pero, no debería publicarse la crónica de los años sesentas y setentas en Oaxaca? Me refiero a la crónica como género periodístico y literario, que desembocan en lo mismo al final de cuentas. Si se es curioso lector se observará el buen estado de salud de la crónica sobre la vida cotidiana oaxaqueña hasta los años cincuentas. De allí hasta el fin de siglo, los cronistas callaron. Alcanzó su cenit el estilo de escribir “nito” cuando José María Bradomín publicó en los setentas su célebre Crónica del Oaxaca de hace cincuenta años. Para entonces la mitad de su encanto era su decadente estilo, que hizo escuela de allí en adelante. Quizás eso desanimó a los jóvenes que preferirían el estilo vitalista antes que el costumbrista.
Mi pregunta tiene destinatarios específicos, escogidos por su capacidad de observación, su estilo literario —ya demostrado en el ejercicio periodístico y editorial— y particularmente su rol protagonista en aquel tiempo: Paco Pepe Ruiz Cervantes, Porfirio Santibáñez Orozco, Samael Hernández, Fausto Díaz Montes, Víctor Raúl Martínez Vásquez (que hizo ya algo), Anselmo Arellanes, René Bustamante, Enrique Audiffred, Roberto Santiago, Amado e Ismael Sanmartín, Isidoro Yescas, Ernesto Reyes... y, por supuesto, Javier Sánchez Pereyra. Debe haber más amigos —o no tanto—, pero no vienen a mi mente ahora. Ignoro si René Santiago o Jesús Alberto Cabrera dejaron obra en el sentido que aquí sugiero. Donde sí estamos en problemas es con las chicas, porque ¿quién pudiera ser la cronista a go–go que le está haciendo falta a aquella literatura y periodismo oaxaqueños?  
Los sucesos del 68 en la ciudad de México, que arruinaron el glamur de la suave patria priista, tuvieron en Oaxaca sus características particulares, sus protagonistas culturales, sus modas y modales, su vocabulario, sus lecturas, sus ídolos, sus “antros de perdición”, sus descarríos, sus películas y cines, en fin... Las opiniones sobre la revolución cubana no admitían medias tintas entre la generación de Herrera... No fueron tersos en el mundo los años pre y post 68. Pero de aquellas convulsiones político sociales y de aquellas discusiones filosófico–literario–ideológicas ¿solo nos quedó Enrique Guzmán a dúo con César Costa?, ¿solo lo sentimentalmente “correcto”? Pues Juan Herrera, con estos textos, parece darnos una señal de que hubo alguien más atento que los demás a los juveniles años del desmadre de los rebeldes sin/con/quizás causa...

Una ciudad globalizada 
que sabía vivir sin internet

Una tarde nos fuimos a tomar un café sin mayor plan pero acabamos charlando con Paco Pepe Ruiz Cervantes y Manuel Matus sobre esta ausencia de crónicas de los 60s y 70s en la ciudad de Oaxaca. Como si sus protagonistas hubieran muerto ya, pero no, porque resulta que todos ya alcanzaron esa edad en que pueden tramitar su credencial del inapam. Algunos ya felparon, eso sí, pero aun están vivitos y coleando muchos que sabemos que manejan la pluma con singular soltura. Entonces ¿no podrían hacernos el servicio de rememorar y contarnos?
¿No fue en esos años que el hombre llegó a la luna y muchos lo vimos en directo en televisión cuando la tv ni siquiera existía en Oaxaca? Ocurrían muchas cosas en la “risueña” Oaxaca —adjetivo favorito de cronista de los 50s—, unas festivas y otras trágicas, unas rutinarias y otras vanguardistas, unas pocas memorables y cientos, miles, millones, de olvidables... pero ¿lo eran?
Entre esas raras anomalías oaxaqueñas estuvo Juan Herrera. El misterioso Juan Herrera. Un fantasma que no halla reposo hasta el día de hoy. Para mí siempre permaneció como una sombra propia de la caverna de Platón. De joven escuchaba sobre su tragedia, pero sobre todo de su calidad literaria y su precocidad. Pero nunca leí una sola línea de él. Todo lo que escuchaba eran obituarios halagatorios. ¿De verdad era tan bueno?, me preguntaba.
Murió ahogado en Zipolite en 1970, a los 26 años de edad. Era todo lo que un profano como yo debía saber. Cualquier pregunta extra resultaba innecesaria y molesta para el interlocutor. Concluía yo que todos los intelectuales de su generación sesentera, que le conocieron y trataron conservaban un ápice de sentimiento de culpa al respecto.
Un día fui con la periodista Arcelia Yañiz a preguntarle específicamente sobre Juan Herrera. En su libro de crónicas que le edité: Oaxaca de mis amores: cosas, casos y personajes, dos tomos (Carteles Editores, 2012 y 2013) recordó pasajes de nuestro autor un par de veces. En la página 97 del tomo I y en la 135 del tomo II. Me dijo muchas cosas de su vida personal, pero sobre sus famosos textos nada, porque ya no conservaba ella nada y porque a la mano tampoco tenía nada que ofrecerme. Pero me dio un dato valioso:
—Si te llevas con Javier Sánchez Pereyra él te puede mostrar lo que tenga, me dijo.
Juan Herrera, pensé, era a nosotros lo que la poeta Alfonsina Storni... La leyenda sobre su suicidio en el mar se emparentaba con la de Juan en mi imaginación. Juan era un poeta. Tras leerlo confieso que me cautivó desde la primera línea de Drilus. Sí era un superdotado, pero también un incomprendido, un paria por su homosexualidad.
Así fue como un día le pedía a Javier que me aclarara lo que pudiera del misterio de Juan. Lo hizo. Este libro es su respuesta. En el texto introductorio él cuenta lo que sabe, lo que le consta, lo que siente.

El periodismo, como campo para el ingenio 
y la exploración

Lo que me toca decir en este epílogo es lo que yo hallé en los textos de Herrera sacados del oscuro sueño en el que dormían, sin merecerlo. Son una antología, pero no se incluyen sus piezas de teatro, ni sus versos, pero sí su prosa poética, especialmente en la Carta a Nancy Audiffred. Cuentos, crónicas y entrevistas forman este volumen.
Como ninguna antología literaria de Oaxaca lo incluyó, todas cojean. Pero ahora ya está este libro como fuente bibliográfica para conocer y estudiar su obra. ¿Qué tiene de bueno? Su vanguardismo. Su relación automatista con el vocabulario, su rebeldía ante la gramática en uso y además su visión de la página en blanco como para mover los renglones como si fuesen grafismos —como puede ver el lector en las páginas 138-139 en este libro— quizás explorando algún metasentido. Para la época, el diseño gráfico hecho por los exiliados españoles republicanos Miguel Prieto y Vicente Rojo, llevaba el paso de la vanguardia gráfica en revistas y libros con provocaciones estéticas de este tipo...
Los sesentas fueron en el mundo los años de la ruptura de modelos culturales. Irrumpe la contracultura como una voz fuerte, hermosa, bronca, psicodélica, acusativa, renegada, enamorada del amor libre, enemiga de la guerra, libertaria en lo político y libertina en la pasión. A la vez es ingenua y soñadora, ideológicamente hablando. Recordemos que en 1970 el melenudo e iconoclasta pintor José Luis Cuevas se lanzó como “candidato independiente” en pos de una diputación, haciendo el signo de “amor y paz” con sus dedos, tal era todo su eslogan... Eran otros tiempos.
Le caracteriza a esta época la estridencia y lo multicolor, lo “satanística” y lo cursi, lo filosófico y lo sociológico, la novelística y la poesía, el cine “de poesía”, la minifalda y las pelucas Pixie... El diseño gráfico se vuelve protagónico —no solo servicial— y toda la juventud le consume a través de las portadas de los discos de rock, blues y jazz. No es una nueva ola, son cientos de olas nuevas. No es solo la buena onda, es La Onda... Huautla, un minúsculo pueblo de la serranía mazateca, es la capital simbólica de tooooda la contracultura del mundo. El zócalo de Oaxaca es su sucursal. Mientras una parte de la sociedad vallistócrata —de buena cuna— ve desde el Marqués del Valle con horror cómo la bazofia del mundo cae en nuestro zócalo como los rayos sobre Sodoma, Juan Herrera se entrega al ejercicio de vanguardizar periodísticamente la rutina oaxaqueña. Emplea la palabra “onda”, abracadabra de la rebeldía juvenil, cuando este vocablo empieza a designar un estilo radicalmente nuevo de escribir la literatura como una extensión de la vida cotidiana del autor. Si Juan Herrera viviera, tendría la edad de José Agustín. Los difuntos Hendrix y Joplin, Lennon y Morrison, Parménides García Saldaña y Gustavo Sainz, por cierto, fueron también contemporáneos de nuestro autor y su impronta en la contracultura sigue vivita y coleando, como la del  inmortal Carlos Santana. Este era el elan en que se inscribió el estilo de Herrera.

El “nuevo periodismo” oaxaqueño

Son los años del Nuevo Periodismo, el nuevo evangelio estilístico según Tom Wolfe. Pero Wolfe, Rex Red, Norman Mailer, Truman Capote y Gay Talese reiventan el periodismo escrito en inglés y publicado en Estados Unidos. ¿Cómo supo de él Juan Herrera?  Me refiero a ¿cómo conoció la novedosa estructura gramatical y el desenfreno lingüístico que le caracterizó al Nuevo Periodismo? Porque lo empleó en sus colaboraciones con el diario Oaxaca Gráfico, periódico conservador de la época que sí se atrevió a publicar algunos de estos escritos aquí incluidos. Seguramente por decisión de doña Arcelia Yañiz, su amiga y promotora, con quien se carteaba, aunque vivían en la misma ciudad...
El Nuevo Periodismo daba la espalda a la redacción sosa de la prensa local —no se diga la nacional, pues aun Carlos Monsiváis no llegaba a ser Carlos Monsiváis— liberando al redactor de cartabones, esquemas y férulas costumbristas. El nuevo periodista podría escribir de cualquier tema menor, con tal de que obtuviera una historia verdadera. No era literatura, pues no trabajaba con ficciones, sino con personajes de carne y hueso. Es más, les reflejaba psicológicamente tal como eran, y no tal como el redactor creía que deberían de aparecer en letras de plomo.
Juan Herrera publica en este libro entrevistas que siguen esta nueva escuela en donde los parlamentos o diálogos deben resultar casi casi cinematográficos. En su técnica personal, ha prescindido del cuestionario. Las respuestas reproducidas dejan clara la pregunta que le antecedió, pero nos ahorra leerla. Herrera transcribe sus entrevistas usando de los espacios y renglones en blanco para que sean esas ausencias las que dibujen en la mente del lector la psicología del personaje de que se trata mientras se confiesa campechanamente con el reportero. Y ocurre que sí funciona. Eso era vanguardismo.
Recurre a los sonidos de las palabras para darle energía de juventud a su discurso, sin importarle demasiado su significado. El lector entenderá si es que debe de entender, piensa. Si no, ¿qué importa? De todas maneras quedará intrigado, es decir, tocado por el dardo literario–periodístico–juvenil de Juan Herrera. Es el caso de sus textos titulados Mamas–Ondas–Patines ¡¿Quéeeee?!...
En los sesentas los periodistas norteamericanos “rompían todos los esquemas” estilísticos. Tom Wolf publicó en la revista “Esquire” su artículo titulado “Ahí viene (¡Vruum! ¡Vruum!) Ese Embellecido Cochecito Aerodinámico (¡Rahghh!) Fluorescente (¡Thphhhhh!) Doblando la Curva (¡Brummmmmmmmmm!...”. No es broma. Es historia. Juan Herrera era el único que se atrevía a desafiar al lector local con puntadas o provocaciones o genialidades como Mamas–Ondas–Patines... Contrario a lo que la mayoría de periodistas convencionales pensaban, esa libertad irreverente e imaginativa del Nuevo Periodismo atrapaba lectores, antes que espantarlos... Claro está que en usa, pero ¿qué ocurría en Oaxaca? ¿Cómo eran recibidas estas colaboraciones? ¿Quiénes las leían? ¿Cómo pasaban por encima del mu–ro–de–los–lu–gaaa–res–co–muuuu–nes tan querido en la prensa oaxaqueña hasta el día de hoy?
Si hubiera cronistas sesenteros y setenteros de la contracultura oaxaqueña sabríamos más del “feedback” de la obra periodística de Juan Herrera.
No quiero cansar más al lector, pero sé que los cuentos herrerianos también suenan a melena y cuello mao; a París, a jazz y a boite. A través del diseño gráfico quisimos que el lector se metiera de narices en la estética op–art de la época en que este libro debió haber sido publicado y no se pudo.  
Los escritos literarios y periodísticos merecen ser disfrutados ahora que vuelven a circular, dada su calidad. Ya dejo a los antologadores profesionales hacer su trabajo para perfeccionar sus estudios y ediciones futuras. Solo me queda agradecer a mi querido maestro Javier Sánchez Pereyra por habernos conservado estos papeles, sabedor de que un día se publicarían y harían justicia al espíritu indomable de Juan Herrera, su gran amigo.




2 comentarios:

  1. Es usted Cayuqui? Lo conoció? No he sabido nada de él desde los 1980s, fue un personaje en la cultura oaxaqueña de los 60-70s. Saludos!

    ResponderEliminar